170 kilómetros. 30.000 metros de desnivel acumulado. Una mochila a cuestas de seis kilos. Seis etapas. Al coruñés José Miguel Barrachina le espera en el Himalaya el reto de su vida en la Everest Trail Race. Y no es que haya tenido pocos desde que hace doce años se decantara por las carreras de larga distancia. El Mont Blanc, los Pirineos y los Andes no se le resistieron. "Adoro la montaña y para todo aquel que le gusta, ir al Himalaya es lo máximo. Me muero de ganas por llegar", dice. El domingo emprende el viaje para el que se ha preparado en cuerpo y alma durante el último año. "Con decisión y paciencia" y el apoyo financiero de Movistar, este socio de la RSD Hípica afronta una nueva aventura en la que la llegada a la meta será su principal obsesión.

Sabe que habrá momentos duros. Se lo dice la experiencia tanto en ironman como en otras carreras de montaña de larga distancia en las que ya ha participado. Pero nunca se planteó abandonar. "Lo que hay que tener es decisión y mentalizarse de que hay que llegar al final como sea", explica. Lo mejor es dejar "la mente en blanco" y no pensar en cosas como por qué uno se mete en estos líos. Le pasó en la Ultra Trail del Mont Blanc, en donde empleó 39 horas seguidas para cubrir los 170 kilómetros del recorrido. Sin ni siquiera parar a dormir. Casi no cierra los ojos ni al terminar. "Cuando acabas lo que quieres es disfrutarlo y no te quieres dormir porque tienes miedo de que si te despiertas, todo haya sido un sueño", apunta.

La mayor garantía de éxito es tanto la experiencia -sin haber participado en todas las carreras de más de 100 kilómetros no hubiese podido clasificarse para la del Himalaya- como la preparación que ha seguido a lo largo de los últimos meses, en los que ha salido a entrenar seis días a la semana. Para buscar el desnivel, incluso viajando a los Picos de Europa y a los Pirineos. "Hay que subir y bajar las veces que sea necesario", reconoce. Y con la mochila a cuestas. "Tengo que llevar encima lo que necesitaré para los seis días de la carrera: ropa de abrigo que no sea muy pesada, un saco, agua y comida". Por eso cree que "lo más difícil" ya lo ha pasado: "Es llegar a la salida sin estar lesionado". Aunque en su caso no es cien por cien cierto ya que este año se rompió el hombro y tiene un tobillo bastante tocado.

"Lo importante es marcarte un reto, ponerte a hacerlo y no rendirte", comenta sobre su afición, que empezó como una forma para ser un ejemplo para sus hijos y que terminó como un reto personal. "Mi madre me dice que si me mandan hacerlo, que no lo hago", bromea. Porque además cuando él empezó, este tipo de carreras todavía no estaban tan en auge como hoy en día. "Éramos cuatro y los demás nos miraban raro", indica. Aunque todavía hay quien lo tilda de loco. "Muchas veces entreno de noche. Hace no mucho pasé a las tres de la madrugada por un camping en el que unos chicos estaban haciendo botellón. Hasta bajé el volumen de la música para saber lo que decían de mí", recuerda.

Después del Himalaya todavía le quedarán retos. "Me encantaría ir a la Transalpina, que son 300 kilómetros y, sobre todo, al Maratón des Sables en el desierto". Es también fruto de la confianza que tiene en que este le va a ir bien. "Si acabas mal es señal de que estás mal preparado". No será su caso. Todo listo para la aventura de su vida.