Esta es la historia de como un "¿Me compras una rifa?" se convirtió en el mejor entrenamiento del Hockey Club Riazor. Porque David Torres cumplió ayer su promesa y se acercó a la Polideportiva de Riazor. El capitán del Deportivo Liceo es un hombre de palabra, la que le había dado a Claudia de que iría. Todo empezó hace dos semanas, cuando al término del partido contra el Vic la pequeña jugadora de 10 años le pidió un autógrafo y a la vez, que le comprase lotería de su equipo. Como el coruñés no llevaba dinero encima -todavía iba con la ropa de jugar-, le contestó que se lo cambiaba por una visita. Y no faltó a la cita y encima no lo hizo solo porque se llevó a sus compañeros Martín Rodríguez y Fabrizio Ciocale. Los tres se pusieron los patines y ofrecieron una hora y media de auténtica y pura diversión a los cuarenta niños, de entre 4 y 10 años, entregados a sus ídolos, con los que compartieron pases, carreras, partidos, goles y muchas, muchas risas. Un regalo de Reyes por adelantado.

Era un día especial en el Hockey Club Liceo. Para padres e hijos. Pancho Dumont y Javi Jurado, jugadores de Compañía de María y encargados de dirigir ayer el entrenamiento -también lo hacen Nuno Paiva y Álvaro Lamelo- cedieron el protagonismo a los invitados de honor. Después una pequeña charla en el centro de la pista, Fernando Crespo, un histórico del hockey sobre patines, cuya pasión por enseñar, por amor al arte, no tiene límites, se llevó a los porteros, incluido a Martín, a una de sus sesiones magistrales. Los demás se fueron a hacer ejercicios de patín y técnica. Después, partidos. No quedó un niño que no intercambiara un par de bolas con David y Fabrizio. Como tampoco quedó uno sin su autógrafo pese a las largas colas. Camisetas, sticks, pósters, guantes, rodilleras... todo era válido para que los tres estampasen su rúbrica.

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David Torres, con los niños del Hockey Club Riazor

Ellos tampoco se fueron de vacío porque se llevaron unas bufandas que les entregó Luis González, el presidente de un club humilde, pequeño y nuevo -tiene siete años de vida-, nacido al amparo de las escuelas de la Asociación Coruñesa de Clubes de Hockey sobre Patines, y, pero orgulloso de ser uno de los dos únicos de la ciudad, junto al Borbolla, que no tiene un colegio detrás. Al son de "¡Ese grito Riazor!", el cántico de guerra con el que terminan todos sus entrenamientos y partidos, se despidió una jornada para recordar. Una promesa cumplida y 40 sonrisas inolvidables.