Roberto Fariña, conocido como Tito, Titaniuss o el Viejo. | // FERNANDO CUETO / FEDERACIÓN GALLEGA DE SURF

En la calle Adelaida Muro, en el barrio de Monte Alto y a una cuesta de la playa del Matadero, hay un pequeño taller que para los amantes de las olas es un auténtico templo. Tras una valla gris, con el único mensaje de “Viejo” y un número de teléfono, se esconde un paraíso de tablas, bicicletas y otros trasto, que desde ayer se ha quedado huérfano. Dos flores a los pies de la puerta anunciaban a primera hora el desenlace que nadie quería que llegara, por más que las noticias de los días previos fueran poco esperanzadoras. Tito Fariña, Titaniuss, el Viejo no solo era su dueño sino también el gran padre del surf en A Coruña. Pionero desde los años 70, llevaba más de cinco décadas bajando al Orzán y al Matadero, lo que le convertía en el más veterano del lugar, aunque ya en los últimos tiempos tuviera que ver los toros desde la arena de la playa. Por sus manos pasaron las tablas de varias generaciones de surfistas de la ciudad. Maestro pero a la vez discreto, no le faltaron consejos para todo aquel que aparecía por su puerta. Una leyenda en vida sin la que no se entiende la historia del surf coruñés y gallego.

“Es una referencia para todo, como persona y como surfista”, le recuerda Óscar Vales, propietario de Vazva, marca de surf por excelencia de la ciudad. “Todo nació del Viejo, desde los primeros años hasta ahora que es un deporte multitudinario”, añade, pero pone el acento no solo en esa condición de maestro pionero, sino en todo lo que transmitió como persona: “Nos enseño esos valores, de respeto, es una referencia por su manera de ser. Era ese viejo gruñón que era generoso con todo el mundo”.

Por las redes sociales se sucedieron ayer las despedidas. Hubo quien incluso intentó que naciera un movimiento para que una de las calles de Monte Alto lleve a partir de ahora su nombre. Desde luego, era un personaje mítico del barrio, por el que se paseaba en su bicicleta, a veces incluso cargando una tabla de surf a cuestas. Todos le conocían, menos le trataban. Imponía con su rostro, tras sus gafas gordas y el bigote fino, aunque el gesto siempre fuera amable. Su taller amaneció con flores en el suelo, frente a su verja. A lo largo del día fueron más los que se pasaron por la calle Adelaida Muro para hacerle su particular homenajes, con más flores e incluso mensajes de despedida de vecinos y aquellos que compartieron con él su pasión y disfrutaron de su generosidad. Hasta el mar tuvo un detalle con una mañana ideal para la práctica del surf. Muchos pudieron así darle su último adiós con el lenguaje universal de las olas.