Hace una semana, en un acto en Trasona que el K4 español que va a competir en los Juegos hizo para presentar su nueva piragua, Saúl Craviotto se giró hacia Carlos Arévalo y le dijo que era el “número uno”. Era la simbólica entrega de la corona del rey a uno de sus pupilos más aventajados. Porque el primero es dos veces campeón olímpico —también se colgó una plata y un bronce— y tiene uno de los mejores palmarés del deporte nacional —este sábado puede ser designado como el abanderado del equipo en Tokio— y el segundo, el palista coruñés, se erigió en el selectivo de hace unos meses como el hombre más en forma con su billete olímpico para tanto para el K1 200 como para el K4 500. El de Betanzos, que hoy iniciará el viaje a Szeged (Hungría) para competir en la Copa del Mundo, prefiere sin embargo vivir alejado de los halagos. “Es una presión grande que él diga eso, porque está claro que el número uno es Saúl, yo con haberle ganado una vez en la vida ya me conformo y me parece increíble... y además, que seguro que cuando lleguemos a los Juegos, él se crecerá”, dice Arévalo.

Al final, la lucha de ambos está en el mismo bando. Porque el objetivo y la preparación están puestos en el K4, un barco que después de ser subcampeón del mundo en 2019 y de un proceso de selección interno y turbulento —“es un capítulo ya cerrado, ya pasó y ahora estamos centrados en Tokio”, puntualiza el coruñés—, tendrá en Szeged el primer y último test antes de los Juegos. “Estamos con muchas ganas y además muy bien de forma. Va a ser una buena prueba, pero no llegamos al cien por cien porque eso hay que reservarlo para Tokio”, apunta. No hay que enseñar todas las cartas a los rivales. Después de casi dos años sin competiciones internacionales, el aliciente es ver de primera mano cómo andan los otros países. “Normalmente los que están arriba en la Copa del Mundo después también están arriba en los Juegos”, avisa, “pero este año como también es Preolímpico para algunas pruebas, como el K1, habrá países que se hayan centrado en ellas y no en el K4 y por lo tanto no sea muy de fiar el test como tampoco nosotros hemos centrado nuestra planificación para aquí, aunque por supuesto que iremos a por el oro”.

Allí estrenarán el pequeño cambio introducido en las últimas semanas en las que Arévalo pasó al tercer puesto de la formación, en vez de la segunda que venía ocupando con anterioridad —Craviotto, Marcus Cooper, Arévalo y Rodrigo Germade—. “Siempre estamos haciendo pruebas, para ver dónde podemos mejorar, y con este cambio vimos que éramos más rápidos y que iba bien”, explica. “Tiene que ver con la forma de remar de cada uno más que con la potencia o la resistencia”, añade, porque en ese sentido tanto él como Craviotto encarnan la velocidad, aunque también le vienen bien la distancia de 500 metros; mientras que sus compañeros vienen del 1.000 —Cooper fue campeón olímpico en Río—.

Arévalo ya ha demostrado su polivalencia. En el selectivo, fue el mejor en todos los test, sobre 200 y sobre 400 metros. Además del K4, se ganó su puesto en Tokio para el K1 200, aunque dice que esa prueba será “secundaria”. Los entrenamientos, no obstante, se parecen bastante. Antes de ir a Hungría, estuvieron de concentración en Portugal, donde de paso aprovecharon para adquirir la piragua con la que competirán en Tokio. “Ya está camino de allí, en un container, igual llega antes que nosotros”, bromea. Aún no saben su plan de viaje, cuanto antes mejor para adaptarse al campo de regatas nipón. “Es agua salada y un puerto cerrado”, advierte, por lo que es aquí es muy difícil recrear las condiciones que se encontrarán allí. “Lo intentamos en Valencia, pero había mucho ajetreo, mucho barco. Pero no creo que nos cueste mucho la adaptación”, dice, optimista. Pensar ya en preparativos para ir le hace sentir su participación olímpica cada vez más real. “Esto es por lo que he luchado y por fin me he visto recompensado”, reconoce. Así que toca cuidarse al máximo en la recta final. Por lo menos, ya vacunado, tiene una preocupación menos.