Fayçal corre, siempre corre. Va revolucionado a todas partes. La mayoría de las veces se nota en su juego, esta tarde mostró esa hiperactividad en una faceta aún más dañina. Condenó a su equipo con una expulsión más que merecida en una acción en la que llegó por enésima vez pasado de revoluciones. No le puede echar la culpa ni al empedrado y le hizo mucho daño a un Dépor baqueteado que estaba ante una oportunidad remota, pero al final y al cabo oportunidad de sentirse renconfortado, de ver recompensado su trabajo ante todo un Atlético. Imperdonable.

Más que con el objetivo ineludible de la victoria, el Dépor saltó al césped del Calderón con la idea de regenerarse. Fue dura la derrota ante el Leganés. Primero debía reordenarse atrás, hacer valer su banquillo con las rotaciones de Garitano y luego poder mirarle a la cara a los rojiblancos. Y con un poco de suerte y desde la humildad fue cumpliendo con el objetivo. Pudieron marcar Griezmann y Correa, los hados estuvieron con los blanquiazules.

Y no solo aguantaba. Sus tímidos intentos tenían un comandante muy por encima del resto, Emre Çolak. Su aparición ante el Leganés y posterior continuidad es la mejor noticia en una semana para olvidar. Tiene la clase y, sobre todo, la pausa que le falta al alocado y voluntarioso Dépor. La para, la esconde, da tiempo a las incorporaciones de sus compañeros y no le pesa el escenario. Un pepita de oro para un equipo con urgencias.

Agarrado al turco, cogió aire a partir de la media hora. Respiraba, tocaba, miraba a la portería y, sobre todo, al descanso. No era una quimera. Lo convirtió en imposible la falta de cabeza de Fayçal. No había tiempo ni pelota por el medio ni nada que ganar entrando así en esa acción. Con una amarilla, una inconsciencia que le debe hacer reflexionar y que condenó al Dépor. En ese momento perdió el partido.

El desenlace parecía claro, al Atlético le costó cerrarlo. La resistencia fue increíble y por momentos heróica. El grupo coruñés parecía un equipo de balonmano en continua defensa, pero aguantaba, tiraba con éxito algún fuera de juego. Empezaba a imaginarse con algún botín en el zurrón, duró casi veinticinco minutos esa ensoñación.

Otra jugada al límite con un pase de Juanfran a Gameiro, y Griezmann embocó sobre la línea. El Atlético se liberó y empezó a defender con la pelota. Concedió alguna posibilidad a un Dépor al que le faltó aire y fútbol para aprovecharla. La clase de Emre seguía siendo el faro, fue inútil. Ni a balón parado, ni en algunas de las pocas jugadas aisladas de las que disfrutó. En una el turco y Borges quemaron un último cartucho con escasa pólvora. Tocó otra vez cruz y van... Las sensaciones fueron otras y el resultado, el mismo. El Dépor merece mejor suerte. Cinco puntos para un equipo que no ha deslucido ante ninguno de sus rivales. Toca apretar los dientes, mejorar, creer y esperar que la fortuna vire.