La jugada del segundo gol del Extremadura ayer en Riazor sirve a la perfección para contextualizar el momento que atraviesa el Deportivo. Una falta que se estrella en la barrera, una defensa que no achica y un portero que la pifia en el remate posterior. Podría ser una acción cualquiera de la temporada pasada, pero es en lo que ha derivado la presente para los blanquiazules, descabalgados incluso de las posiciones de play off después del séptimo resbalón consecutivo en su estadio.

Ya no se acuerda lo que es ganar el Deportivo. Hace dos meses y medio que no lo hace y la única victoria que ha abrochado en ese tiempo es la que tenía asegurada del partido suspendido contra el Reus. Desde que se impuso al Granada, cinco empates y cuatro derrotas que lo han dejado fuera de las posiciones de privilegio de la clasificación. La distancia con la promoción ya es de cuatro puntos a falta de siete partidos para el final de un campeonato que se le puede hacer bola a un equipo al que ni siquiera el relevo en el banquillo ha insuflado vida.

El Deportivo se ha convertido en una bicoca para cualquiera. Ya lo era con Natxo González y no ha dejado de serlo en los dos partidos con José Luis Martí al frente, a pesar del prometedor inicio de partido contra Osasuna la semana pasada. Desde hace meses es esa clase de equipo al que resulta sencillo anular, fácil de atacar y de defender, un conjunto en el que media un abismo entre cada línea.

Es así que le resulta imposible combinar a pesar de que su planteamiento se base en la posesión, tal y como reconoció Martí al finalizar el compromiso contra el Extremadura. La circulación se vuelve previsible y lenta, sencilla de contrarrestar por unos rivales a los que les basta con adelantar la línea de presión para entorpecer la salida de balón deportivista.

Los contrarios juegan al fallo, a esperar el error de los blanquiazules, que termina llegando ya sea en una entrega defectuosa de Domingos, como en el primer gol, o en una pifia del portero.