Uno de mis primeros recuerdos del Deportivo se remonta a 1988 en el estadio de Riazor. A cien metros de la mítica grada de Especial de Niños Vicente Celeiro Leal marcaba al Racing de Santander en la portería de General y evitaba el descenso a Segunda B pasado el último minuto del último partido. Antes de aquella explosión de alegría en medio de la adversidad, viví muchas tardes en Riazor de las que el recuerdo casi no llega a ser ni borroso. La colleja de Jorge a un delantero mientras el balón se jugaba al otro lado del campo; los dos goles de falta de Agulló después que el árbitro anulara el primero; el 2-1 al Real Madrid en Copa; las fotos de onces en los que abundaban los bigotes; las alineaciones con Silvi, Peralta, Traba...; los resultados del Karbo en el descanso; y la megafonía que gritaba que los jugadores iban como Motos Botana, que las tintorerías Mil Colores siempre serían las mejores y que las sustituciones se hacían por cortesía de Maga. Tardes de fútbol a las que me llevaba mi vecino Portela porque la pasión por este deporte no prendió realmente en mi casa hasta que, para bien o para mal, llegué yo.

La agonía del posible descenso a Segunda abrió una etapa más estable, aunque con sobresaltos. Porque ¿qué sería del fútbol sin sobresaltos? La promoción ante el Tenerife, el primer día en que me pinté la cara blanquiazul; Stoja „que sigue bordado en mi bufanda blanquiazul„ goleando al Murcia; el gol de Kiriakov ante el Betis; el "¡cuánto he sufrido, Martín!" que Arsenio le decía a Lasarte en el Villamarín al asegurar la permanencia en Primera...

Aquel verano llegaron Bebeto y Mauro Silva. Veníamos de ser pequeños y algunos pensábamos que si ambos fichaban por el Dépor era porque no serían tan estrellas como se decía. El arranque de Liga, con cinco victorias en cinco partidos, nos desmintió y abrió la etapa más brillante en la historia del club. Llegaron remontadas ante el Madrid, los partidos en Europa, la Copa del Rey, la Liga, de nuevo la Copa del Rey... (El penalti que costó la Liga mejor ni recordarlo).

Lentamente, el equipo comenzó a ir a peor y se consumó el descenso a Segunda. La primera vez fue la más dolorosa, por inesperada y porque, admitámoslo, no estábamos preparados para ella. El Dépor, que había vivido como un grande, volvía a ser un equipo ascensor. Pero la penitencia solo nos arrodillaba un año. La arreglaba una temporada triunfal en Segunda que servía de bálsamo victorioso al drama del descenso. La caída no era más que un viaje de ida y vuelta a Primera. Salvo la temporada pasada.

Volvemos a estar en la casilla de salida de los recuerdos en Riazor. Ante el reto del gol de Vicente a Alba. El Dépor se juega, de nuevo, más que su salvación deportiva. Sobre el césped está la pervivencia de la propia institución, ante la incertidumbre de si una entidad con casi 89 millones de euros de deuda puede no ya malvivir, sino sobrevivir en Segunda B. Ante semejante tesitura, la lógica, desde luego, no anima a ser optimistas.

Aquel gol al Racing no solo lo marcó Vicente. Lo marcamos desde Especial Niños, desde General, desde Preferencia y desde Tribuna. Y si no lo marcamos desde Pabellón fue porque no la habían construido todavía. Sí, ya sé que es un tópico indemostrable eso que dicen de que "la afición llevó en volandas al equipo", pero lo es menos lo de que "la unión hace la fuerza".

El hartazgo y cabreo de la afición blanquiazul esta temporada está más que justificado. Afrontamos cada partido con la sana esperanza de que sí, que esta vez ganamos, y a los pocos minutos ya nos dan razones más que sobradas para pensar que somos unos incautos. Y, aún así, volvemos a caer. Por esos somos del Dépor. Por eso debemos acordarnos del gol de Vicente. Revivirlo o vivirlo por primera vez quienes no habían nacido entonces para saber cómo se puede salir de esta.

No dudo de que los primeros en querer remontar son los jugadores y la directiva. Todos, por regla general, queremos hacerlo bien en nuestro trabajo. Un descenso a Segunda B sería un drama para los aficionados. También para los jugadores, el cuerpo técnico y el consejo de administración, que sumarían, a buen seguro, su mayor fracaso profesional. Demasiada losa.

La afición necesita motivos para creer que se puede. El equipo se los tiene que dar. Pero también el club necesita, más que nunca, que sigamos unidos. Tener fe „ciega, si me apura„ y transmitir tranquilidad en un momento de extremo nerviosismo.

El Dépor se juega la vida. Otra vez. Y, como en las anteriores, la salida se encontrará antes si afición y club siguen juntos. Llegará el momento, a final de temporada, de repasar con calma y en frío lo bueno y lo malo. De buscar responsables y, si los hay, culpables. El momento para la fractura social creo, como aficionado, que todavía no ha llegado.