Es este Dépor un equipo alejado de los cánones clásicos. No necesita atrincherarse, montar un andamiaje delante de Mackay o hincharse a despejar centros laterales para conseguir que no le hagan ni un rasguño. Sus armas son un marcador favorable, meterse la pelota debajo del brazo y subir y subir su línea defensiva hasta donde se lo permitan y más allá. Cuanto más junto esté, más mide sus esfuerzos, más cortocircuita a unos rivales que se hunden en un estado de desesperación que les acaba engullendo, que les acaba convirtiendo esa semana en un equipo peor. No tiene miedo a dejar metros por detrás de sus defensas, no le incomoda tocar y tocar mientras va logrando que caigan de maduros sus rivales tras perseguir sombras. Uno a uno los va empequeñeciendo mientras su guardameta acumula porterías a cero. Ya van ocho y amenaza con convertirse en una inmejorable costumbre. Es la valentía más allá del vértigo y del desorden intencionado, es dominar los partidos con mano de hierro y cloroformo, es meterlos en una nebulosa en la que lo más favorable es que no ocurra nada. El reloj avanza y no hay remedio. Esta construcción de equipo alejado del clásico autobús ha blindado al grupo de Borja Jiménez y le ha dado sentido a todo lo que ha creado a partir de ese pilar.

Ese granito que muestra lo respaldan los números y es la esencia de un proyecto rotundo y gradual en su crecimiento. Si el Dépor puede darle alas a sus laterales y hace daño mientras ataca es porque reduce espacios. Si el Dépor toca con esa facilidad es porque hay calidad, pero también por una óptima colocación sobre el terreno de juego. Los esfuerzos, los esprint a la presión parecen menos y más útiles si todo está en su sitio. Todo parte de la intención de su técnico y de la valentía de futbolistas como Adrián Lapeña y Jaime Sánchez para adelantar su posición sin miedo a todos los metros que tienen por detrás para corregir. Es una apuesta que entraña riesgo y que reafirma que hay otra manera de defender. Necesitaba tiempo para cuajar y los titubeos del verano fueron el síntoma, pero también precisaba de las piezas adecuadas y, desde la pareja de centrales, Borja parece haberlas encontrado. De esos ocho partidos en lo que Mackay no ha tenido que recoger pelotas de su portería, en seis Jaime Sánchez y Adrián Lapeña formaron ese dúo de contención. Y ante la SD Logroñés volvieron a triunfar en su protección del meta coruñés y solo cuando el central gaditano tuvo que marcharse lesionado en el minuto 83 llegó ese cabezazo que heló Riazor y puso la igualada en el descuento. No están exentos de fallos, como en Irún, y casi siempre cuentan con la ayuda de Álex Bergantiños en esa labor de bisagra y fontanería, pero no se puede entender el Dépor de hoy y esa fortaleza y esa seguridad sin su desempeño y su firme intención de defender de otra manera. No se llevarán las ovaciones de Miku, Quiles y Noel, pero la grada ya percibe desde dónde se está construyendo este nuevo Deportivo que le permite dormir algo más tranquilo y que, poco a poco, va cimentando un triunfo saboreado a fuego lento en la calada de cada fin de semana.

Sus armas son un marcador favorable, meterse la pelota debajo del brazo y subir su zaga todos los metros posibles

El partido del equipo coruñés en Logroño puede servir de paradigma para explicar las fortalezas y debilidades del grupo. El predominio es abrumador de las cualidades ante los defectos y más si se le compara con gran parte de los proyectos recientes. Ya no hay escuadras deslavazadas, a merced de sus rivales, que lanzaban una moneda al aire a domicilio a la espera de que saliese cara o tocase ajusticiamiento. Todo eso ya pasó. Aún así, hay detalles en los que el Dépor empequeñece y el primer tiempo de Las Gaunas sirvió, de nuevo, para unir los puntos. Como si se tratase de vasos comunicantes, esa capacidad que tiene para dominar los partidos, para que le hagan un daño ínfimo acaba también por maniatarle a él mismo para crear peligro. Vivía plácido en Logroño, pero le costó casi media hora asomarse por la portería de Serantes. Una cabalgada de Doncel y un par de llegadas de Víctor fueron el preludio del gol de Miku, que llegó casi por acoso y derribo en la misma jugada, que no dejaba de ser una de las primeras aproximaciones del Dépor al área en ese primer acto. Contundencia y control. Si junta esas dos variables en la misma ecuación es casi infalible, pero hasta que consiguió pegar, volvió a adolecer de juego interior tras el punta, le faltó profundidad. Nada nuevo, aunque no deje de ser un mal menor ante el panorama general, ante una victoria en el campo de uno de sus rivales directos por el ascenso a Segunda División.

El cordero Extremadura

El Extremadura arrancó esta temporada con la configuración de un proyecto potente, con unos nuevos dueños llamando a la puerta. Dos realidades que le colocaban en una posición idónea para pelear por el regreso al fútbol profesional y que le invitaban a pensar en un futuro mejor y más holgado. Los castillos en el aire, generados a partir de supuestas inversiones, y los impagos a la plantilla han acabado llenándolo todo de nubarrones. Pospusieron la primera huelga y no se sabrá hasta última hora si su segunda amenaza es o no un farol o si llega el cacareado dinero. No es la mejor situación para preparar un partido, pero a cualquier aficionado del Dépor le entran aún sudores fríos al ver ese escudo en el videomarcador de Riazor. Ya vinieron una vez de paseo o descentrados y el daño aún perdura. Ese día fue el Dépor el que se hizo el harakiri, pero cualquier cautela es poca.