Golpe en Castalia, golpe en Riazor
Sufrieron los aficionados que viajaron y los que lo vieron en la explanada del Palacio
El destino quiso que el Deportivo se la volviese a jugar un 11 de junio y a las seis de la tarde y esa doble coincidencia ya no presagiaba nada bueno o aseguraba, al menos, que las pulsaciones iban a estar disparadas buena parte de este decisivo Castellón-Deportivo. Toda previsión se quedó infinitamente corta en un partido que le rompió varias veces el corazón a los 262 valientes deportivistas y alguno más que estuvieron en tierras castellonenses, a los miles que vieron el partido en la pantalla gigante que colocó el Concello de A Coruña en la explanada del Palacio de los Deportes de Riazor y a todo seguidor blanquiazul que siguiese o que no siguiese el partido.
El escenario de Riazor ya empezó a funcionar en torno a las tres de la tarde y prolongó su actividad hasta las diez de la noche. Muchos se fueron al acabar el encuentro para casa sin ganas de fiesta. Los que se quedaron optaron por ahogar las penas o por empezar a pasar página, aunque el cuerpo les pidiese otra cosa.
En Castellón la previa empezó a antes. Fue la larga, fue de hermandad porque el deportivismo estaba en minoria, pero el plan era que se notase lo menos posible. A las cuatro de la tarde en los alrededores de Castalia se notaba que los seguidores blanquiazules estaban dispuestos a hacerse notar. En la llegada del equipo se sintió un mini Riazor a más de 1.200 kilómetros. De ahí al interipor del estadio, a reír y a llorar a partes iguales y, sobre todo, a sufrir. De eso nadie se iba a librar.
El ambiente costó que entrase en ebullición mucho más a unos metros del lugar del delito de hace un año. La explanada, eso sí, estuvo a reventar durante el encuentro. Había deportivistas de todas las edades, aunque predominaban los jóvenes, esos que nunca o casi nunca han visto al Dépor subir o triunfar en alguna tarde a cara o cruz. Hubo momentos para el enfado, para la alegría, para verlo todo perdido, para sentir que estaba casi hecho. Al final, otra decepción y el llanto volvió a aflorar, precisamente en los más jóvenes. Todo tan dolorosamente familiar, otra vez un 11 de junio.
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