1-1 | Un Dépor moribundo pone contra las cuerdas a Idiakez

Paralizado y abandonado a su suerte, no es capaz de doblegar al Sestao River, cabrea a Riazor y coloca en una situación delicada a su técnico | El ascenso directo, a nueve puntos, el menor de los males coruñeses

Carlos Miranda

Carlos Miranda

El Dépor ha convertido en cotidiano lo indigno. Es interminable la lista de equipos honrados y voluntariosos que pocas veces soñaron con jugar en Riazor y que esta temporada han rascado puntos de sus visitas a A Coruña. Es como mover un cadáver con un palo. Y no es lo peor, es esa sensación de ver a un Dépor paralizado que sigue ahondando en su desgracia y que no hay nada ni nadie que sea capaz de pararlo en su despeñamiento. 

Esa versión mortecina fue la que le regaló un punto al Sestao River (1-1) y la que pone en la picota a Imanol Idiakez, que puede estar viviendo sus últimos días como entrenador del Dépor. De momento, se sentará en el banquillo de O Espiñedo. Pero si un equipo habla por su entrenador, el vasco tiene un futuro marcado y en negro, sobre todo porque cuando los pitos arrecian en un estadio, el palco se pone en alerta. También les señalan a ellos. El empate, sin el más mínimo argumento futbolístico de un equipo entregado y sin rumbo, deja el ascenso directo a nueve puntos. Esa enorme distancia es el menor de los males de un conjunto y de un proyecto que hacen aguas por todas partes. No va haber suficientes salvavidas para librarlo de tal naufragio.

Victoria en Barcelona, gran ambiente ante el Tenerife, regreso de Irureta... Soplaban vientos de cambio o eso era, al menos, lo que deseaba y pregonaba Idiakez. El Deportivo, acostumbrado a las siestas y a los encasquillamientos en Riazor, tenía que lidiar con un horario a contranatura. Su técnico tenía dos dudas, dos futbolistas a preservar: Yeremay Hernández y Jaime Sánchez. El canario jugó, el andaluz se quedó en el banquillo, mientras Dani Barcia era el acompañante de Pablo Vázquez por la baja de Pablo Martínez. El canterano sacaba su zurda a pasear por Riazor, lo que llevan esperando muchos años en Abegondo.

El Dépor jugaba, además, con la ventaja de que había tenido un día más de descanso que su rival, el Sestao River, en puestos de descenso. Toda esa ventisca que debía proyectarle se convirtió pronto en viento que hacía pequeños remolinos sobre su eje. Como el juego del Dépor, de poco alcance.

Desde los instantes iniciales era palpable que el duelo iba a hacia el riego que había marcado el Sestao River. Mezclaba el repliegue con la presión arriba tras pérdida, blindaba su portería por dentro y le ofrecía las bandas a los coruñeses. El Dépor era la lentitud en persona, ni siquiera había logrado que los vascos se sintiesen intimidados por Riazor. Ese Dépor que pretende recuperar las bandas con Yeremay siguió siendo inofensivo en esa parcela y su juego interior iba frame a frame. Estaba sin ideas. Cada pase de un jugador blanquiazul iba precedido de un fax. Era desesperante. Pronto lo percibió Riazor, que pitaba, mientras los visitantes cada vez se soltaban más, llegaban más. ¿Por que no iban a ganar?

Cuando el sonido de viento ya se había instalado en la grada con Salva Sevilla como principal blanco de las críticas, llegaron las tres jugadas que marcaron la primera parte. Una de las caídas de Lucas a banda acabó con un centro que a punto estuvo de embocar Villares en el segundo palo. Minuto 26. Dos después llegó el gol de los vascos. Gran contra de Guruzeta y Aranzabe, que batía a Parreño ante la pasividad de la cobertura coruñesa, sobre todo Balenziaga y José Ángel. El Sestao jugaba mejor y ganaba. Lo lógico.

El enfado de Riazor se multiplicó y el Dépor no dio síntomas de una mejoría en su fútbol ni de tener arrestos para empatar por empuje. El equipo coruñés era un barco a la deriva, al que rescató una gran jugada, aunque fuese aislada en su eterna horizontalidad. Otra caída de Lucas habilitaba a Salva, que buscó a Balenziaga en el segundo palo. No falló. 1-1, minuto 35. Llegaba el gol antes que el fútbol. El andaluz respondía a los pitos con una asistencia, justo después le daría otra réplica con un caño en el centro del campo. El Dépor respiraba y calmaba a Riazor camino del descanso. Tregua, tensión, todo por decidir.

La segunda parte era la que debía servir, en teoría, para que el desfibrilador hiciese revivir al Dépor. Poco a nada enseñó un equipo que parecía entregado a su suerte. Un par de escaramuzas en los primeros minutos en las que aparecieron Villares, Lucas y Davo y poco más. El conjunto coruñés se fue ahogando en su propia inutilidad. Nadie tiraba un desmarque, el balón parecía medicinal y las ideas eran plomo puro.

Esta vez Idiakez no tardó tanto en hacer los cambios, pero no valieron para mudar la cara al equipo. Solo para acabar construyendo un Frankenstein al que no salvó ni una jugada aislada. Con Valcarce y Cayarga como últimos recursos, antes entraron al campo Mella, fuera de sitio, y Kevin Sánchez, además de un inexistente Hugo Rama. Si un equipo pudo marcar en todo ese último rato, fue el Sestao River, ya muy cansado, al que solo le faltó creérselo y que, en varias ocasiones, topó con las últimas defensas de PabloVázquez y, sobre todo, DaniBarcia.

El entrenador vasco hasta sacó del campo a Lucas Pérez, lo impensable, aunque no fuese inmerecido, porque el coruñés es una sombra del jugador que fue, a pesar de haber participado en el primer y único tanto de los blanquiazules. Quien sí seguía en el terreno de juego era Yeremay Hernández, con la lengua fuera y la luz justaque a veces llegaba. El canario era un clavo ardiendo para un Idiakez, al que salvo sorpresa le tocará despedirse en breve de A Coruña. El Dépor quería apostar por la continuidad en los banquillos, pero lo primero es elegir bien (al que dirige y a los juegan) y luego no hay nada peor que la inacción. Y el Dépor es un equipo paralizado, abandonado a su suerte y deriva. ¿Se lo puede permitir?