Fútbol - Deportivo

Nadie defendía más al Dépor que Luis

Belló, Cholo y Manolete trazan la figura de ‘El Chato’, central duro y noble, que dejó “huella” | “El líder que necesita todo equipo”, quien también lucía “humor y genio”

Luis García Mosquera ‘El Chato’. |  // ARCHIVO PACHY DOPICO

Luis García Mosquera ‘El Chato’. | // ARCHIVO PACHY DOPICO / Carlos MIranda

Carlos Miranda

Carlos Miranda

Belló, Luis, Cholo... Incluso cuando la memoria ya va escaseando, no hay deportivista de finales de los 60 y de principios de los 70 que no recite de carrerilla esa defensa que estuvo casi una década de valladar blanquiazul en una época de vaivenes. Uno de ellos, Luis García Mosquera, El Chato, (Viveiro, 1946-A Coruña, 2024) se marchó hace unos días y con él se va otro clásico del fútbol coruñés (más de 200 partidos con la camiseta del Dépor). Dice adiós, sobre todo, un defensa y un sentimiento de los que ya no quedan. “Él defendía al Dépor en todas las partes. En el campo, fuera de él. Quien se metiese con el Deportivo, se las iba a tener que ver con él. Y, ojo, tenía un humor terrible, pero también un genio... No me he encontrado nadie en la vida que quisiese tanto o que hiciese una defensa más ultranza de su club”, recuerda Antonio Benlloch, Belló, su compañero por la derecha, entre la añoranza y el orgullo, aún con la perdida reciente de “un hermano”. Vino joven Luis a A Coruña desde Viveiro, creció en Monelos y en el Liceo, en la inagotable cantera de modestos, y tocó la puerta del Fabril para quedarse en Riazor, mientras crecía ese sentimiento, esa responsabilidad y esa territorialidad incontenibles en él.

El Chato era de esos jugadores con los que pasaba el futbolista o la pelota, pero no las dos a la vez, que se vaciaba en cada partido, que sabía que lo suyo era defender y que el trato a la pelota era cuestión de otros. Eso sí, todos lo querían en su equipo. “Era de los que no se andaba con chiquitas, como digo yo”, recuerda Alfredo Rodríguez Blanco, Cholo, el que le acompañaba por la izquierda en esa recordada zaga. “Un fenómeno, de diez. Era un jugador de club, estaba arraigado, lo queríamos muchísimo. Era duro, sí. A veces le decíamos que bajara un poco la pelota para jugarla”, ríe y relata Manuel Ríos Quintanilla a modo de anécdota. “Todo equipo necesita un defensa expeditivo y él lo era”, cuenta Manolete, quien mandaba en la media de aquel Deportivo y también echaba una mano en defensa cuando era menester.

El Chato debutó con el primer equipo en la temporada 68-69, esa en la que el Deportivo arrancó como un cohete de la mano de Cheché Martín y rozó su primera participación continental, en la extinta Copa de Ferias. Se quedó a nada, pero ese equipo dejó poso. “Éramos un grupo muy compensado, aunque no tuviese grandes figuras. Estuvimos tres años en Primera y casi entramos en Europa. En aquel equipo había muchos jugadores de A Coruña, eran otros tiempos”, contextualiza el presidente de los veteranos blanquiazules.

Estuvo casi una década en Riazor, hasta que se marchó en 1976. “Hubo un momento que Luis, Cholo y yo formábamos la defensa más joven de Primera y nos quedamos muchos años y en cualquier categoría”, cuenta Belló. Lo que siempre acompañó a ese defensa recio fue la entrega y la sensación de que iba a cumplir con su deber primigenio por encima de todas las cosas. Ese ADN le convertía “en el líder que debe tener todo equipo”, según su compañero. “Era todo pundonor, no le podías recriminar nada, era imposible”, asiente el alicantino, llegado en 1968 del Hércules y que, tras su paso por el Dépor, se quedó a vivir en A Coruña.

Cuando Collar le escapaba

Lo daba todo y lo exigía todo. Belló aún recuerda cómo puso en su sitio a un compañero. Su sentido del deber y su deportivismo no admitían medias tintas en quien le acompañaba en el terreno de juego. “Una vez en un descanso entró en el vestuario y se fue a por un compañero, que no voy a decir quién por respeto, y le dijo que en el equipo no solo era él y que estaba jugando con la fama y el dinero de todos y que, como no espabilase, le iba a dar...”, relata de un Luis que no permitía relajaciones, pero que también apoyaba y no dejaba que el equipo decayese ni en sus peores momentos.

Eran unos códigos de deber y también de respeto que exigía a los rivales. Uno de los que pudo comprobarlo fue un histórico extremo del Atlético, quien en su día hizo lo que no debía y después lo lamentó. “En la ida, en Madrid, habíamos perdido 3-0 y Collar se cachondeó un poco en el último gol que nos metieron”, arranca a contar Belló. “A la vuelta se nos dio bien el partido y estaba acabando e íbamos venciendo 2-0. De repente, me dice El Chato: ‘Nene, déjame un rato de lateral’. Yo le miré extrañado y le dije: ‘Arsenio, nos va a matar”. Me respondió: ‘No te preocupes, ya lo sabe, ya lo hablé con él’. En cuanto Collar lo vio por su zona, escapó corriendo y acabó jugando ese partido de lateral derecho, en el otro extremo del campo”, cuenta entre risas.

Esa capacidad que tenía para exigirse le llevaba a ser “un grandísimo profesional” en una época en la que Arsenio ya estaba de entrenador y les vigilaba “las botellas de vino” y les hablaba “del entrenamiento subterráneo”, según recuerda Belló. Ese esfuerzo que hacía fuera del terreno de juego tampoco le impedía aprovechar la juventud y tener algún rato de esparcimiento. Eso sí, no admitía que nadie lo pusiese en duda: “Salimos siempre mucho de solteros y de casados. Una vez salíamos los dos un lunes, era cuando podías, de una discoteca de tomar una copa y nos dijeron algo un par de aficionados que nos reconocieron. Me dijo: ‘Nene, espérame aquí.’ Siempre me llamaba nene. Pero yo ya me fui con él, porque me temí lo peor. Los puso en su sitio, tuve que templar un poco todo. Había gente a la que le daba igual lo que le dijesen, pero él era muy estricto con todo eso, no le gustaba”.

Con los veteranos

Luis dejó el Dépor, dejó el fútbol, pero siguió muy presente en A Coruña, con su club y con el fútbol de la ciudad. Manolete recuerda que “fue uno de los futbolistas fundacionales de la Asociación de Veteranos del Deportivo que tiene ya 25 años. Siempre fue muy cercano y estuvo ahí para echar una mano, para ayudar”. Belló no puede ocultar que es de esas personas y esos futbolistas que “dejan huella”. Desde el momento en el que se conocieron hubo una conexión especial entre ellos que se prolongó durante décadas y hasta los últimos tiempos. “Era un gran amigo, siento una gran pérdida. Desde que llegué enganché muy bien con él. Me gustó su forma de ser, de pensar; a él también la mía. Era una persona especial”, resume sentido.

Llegaba a la gente y el mayor síntoma fue su adiós, donde “hubo hasta 25 veteranos en el Tanatorio para despedirse, para estar con la familia. Era hablador, conversador, muy buena persona”, refrenda Manolete, quien perdió a un compañero, a “un amigo” y al líder de un equipo muy coruñés, de una generación de deportivistas.