Dos largos años han transcurrido desde que el Ayuntamiento de A Coruña -sin el concurso de la Autoridad Portuaria- a iniciativa de su primer teniente de Alcalde, Henrique Tello, tributara un pequeño reconocimiento a dos de las cuatro personas que, 32 años antes, habían echado sobre sus espaldas la responsabilidad de salvar de una terrible catástrofe a los ciudadanos y la ciudad de A Coruña.

El 12 de mayo de 1976 el cielo de A Coruña, especialmente en el barrio de Monte Alto-La Torre, conoció la lluvia de fuego. Esta procedía de los tanques partidos en el accidente del petrolero Urquiola, que dio nombre tardíamente a las agujas pétreas en las que había "tocado" al maniobrar para acceder a la dársena coruñesa. Aquel día fue el último de un joven capitán de la Marina Mercante, de 41 años, Francisco Rodríguez Castelo, padre de dos niñas y un niño que venía en camino. Perdió la vida cuando la mar de su ciudad estaba en llamas debido al vertido que realizaba "su" barco, el barco que Castelo mandaba y que fue abandonado, gracias a sus órdenes, por toda la tripulación. Sólo estaba a bordo, con él, el práctico mayor del puerto, Benigno Sánchez Lebón. Ambos se lanzaron al agua cuando ya todo estaba consumado, Lebón se salvó a nado, cruzando la bahía. Castelo falleció.

Treinta y dos años después, en una ceremonia de carácter casi íntimo, el concejal del BNG, Henrique Tello, lo recordaba en las Casas Consistoriales. Entonces, el 12 de mayo de 2008, el primer teniente de Alcalde prometió la colocación en algún lugar próximo al trágico escenario en el que el Urquiola fue primer actor, de una placa conmemorativa de la efeméride. Tal promesa está por cumplir y a este incumplimiento puede no ser ajeno el cambio en los responsables de la Autoridad Portuaria coruñesa.

Los dos únicos supervivientes de aquella tragedia, Benigno Sánchez Lebón, y el entonces jefe de seguridad del Departamento de Marítimos de la Refinería de A Coruña (entonces Petrolíber), Ignacio Arnáiz, ven pasar el tiempo sin que tal reconocimiento se plasme en hechos. Ambos están convencidos de que hicieron lo que debían; pero A Coruña no correspondió nunca a ese "cumplimiento del deber". Porque, gracias a ellos, en una u otra medida, la ciudad pudo, finalmente, olvidar la nube espesa que la cubrió, los daños incalculables del vertido de crudo, los años de presencia de "chapapote" en las playas y, lo que es peor, el peligro por el que pasó la ciudad y sus habitantes por unas rocas, unas puntas, que nadie había registrado oficialmente en las cartas náuticas utilizadas para acceder por el canal de entrada a un puerto que, años más tarde, volvió a ser noticia por accidentes como el del Aegean Sea, defenestrado a los mismos pies de la Torre de Hércules, hoy honrada como Patrimonio de la Humanidad.

Estoy seguro, y lo recuerdo por haber vivido aquella catástrofe, que A Coruña -entonces La Coruña- sería hoy muy otra de no ser por Lebón y Arnáiz.

¿Cuesta tanto reconocerlo después de que el propio Rey de España hubiera condecorado a Iñaki Arnáiz con la Cruz del Mérito Naval con Distintivo Blanco y el título de Ilustrísimo Señor?

Lo prometido es deuda. Y fue una promesa oficial, realizada por un alto representante de la ciudad en la que han pasado muchos años de su vida Arnáiz y Lebón.

El 12 de mayo de 2011 se cumplirán 35 años de aquella desgracia. Habría que adelantarse a la efeméride.