Hay personas que tropiezan dos veces con la misma piedra y pueblos que desembocan por distintos caminos en el mismo punto. El PP de Miño ha conseguido por segunda vez conservar el poder con la ayuda de un rival que, para sorpresa de sus votantes, no ha dudado en desdecirse de sus promesas de campaña, envainar la espada y desplegar el salvavidas a sus oponentes.

Hace una década Juan Maceiras, un independiente que concurrió a las elecciones con el propósito de desalojar a un PP en horas bajas, se avino finalmente a un pacto que había negado por activa y pasiva en campaña. "Ha ganado el pueblo, que pedía cambio. No pactaré con ninguno del PP actual y estoy abierto a negociar un gobierno estable con el PSOE o el BNG", sostenía el ya exregidor poco después de imponerse al histórico Deogracias Romeu.

Un tiempo después, Maceiras matizaba su discurso, abría la puerta a un gobierno de coalición con el PP pero con una condición muy similar a la que puso hace meses el actual alcalde de Miño, Ricardo Sánchez: la salida de Jesús Veiga, al que no solo no lograron desbancar, sino que auparon a primer teniente de alcalde. Y es que este eterno secundario de la política miñesa no solo no tuvo que dar un paso atrás, sino que ha conseguido pasar por segunda vez de ser el principal oponente del mandatario a su mano derecha.

El cambio de rumbo de Maceiras guarda muchas similitudes con el viraje que ha dado ahora Ricardo Sánchez . El que fue cabeza de lista por Compromiso por Miño prometió por activa y pasiva en campaña que nunca pactaría con el PP. El exedil socialista se presentó como la "única alternativa de izquierdas" y consiguió 234 votos y un asiento en el pleno. El apoyo fue mucho menor que el que consiguió Maceiras, que logró ser la lista más votada, pero ambos se convirtieron en inesperados salvavidas del PP.

La jugada de los populares, que regalaron sus votos al único edil de CxG para impedir un gobierno del PSOE -la lista más votada-, ha surtido efecto. Tras un primer pacto frustrado pocos días después de la investidura, PP y Ricardo Sánchez han sellado un acuerdo para dar "estabilidad" a Miño.

Fue un parto difícil, precedido por conversaciones entre PP y PSOE para aprobar una moción de censura y salpicado por duros cruces de acusaciones entre los populares y el alcalde.

Las diferencias, que por momento parecían insalvables, no fueron óbice para que los conservadores guardasen en un cajón el preacuerdo con los socialistas, que solo airearon para presionar a Ricardo Sánchez. El pulso entre el mandatario y el PP culminó días antes de que finalizase el plazo marcado por el regidor para alcanzar un acuerdo, bajo amenaza de dar un paso atrás y permitir un gobierno en solitario de los socialistas.

El acuerdo pone fin a meses de incertidumbre, pero todos los protagonistas admiten que han tenido que "tragarse más de un sapo". Ricardo Sánchez entiende el malestar de sus votantes por el pacto con el PP, su principal oponente en campaña, pero considera un triunfo haber logrado acordar un "programa de progreso"; los populares han tenido que aceptar un papel secundario, pero ponen el acento en que conservan la mayoría en junta de gobierno.

Los integrantes de este bipartito no son los únicos que han quedado tocados por el inusual escenario que se abrió tras la investidura de Ricardo Sánchez. El PSOE admite que las frustradas negociaciones que mantuvo con el PP para desbancar a su excompañero de filas han podido pasar factura a su formación, principal rival de los conservadores durante las últimas décadas. Los socialistas, que han sido desplazados nuevamente a la oposición pese a ganar las elecciones, mantienen que actuaron "por responsabilidad" ante una situación totalmente anómala, que dejaba a Miño muy debilitado en un mandato crucial para afrontar la deuda de Fadesa.

El tiempo dirá quién ha ganado la partida. Maceiras se integró en el PP e insufló un nuevo impulso al partido que presidió durante casi una década. Ricardo Sánchez asegura que mantendrá su independencia y sus ideales "de izquierda" en un gobierno con mayoría de derechas. El regidor está convencido de que podrá aplicar sus medidas progresistas sin romper la armonía con sus socios. Y el PSOE, eterna oposición, encaja el golpe y promete un control exhaustivo de la acción de gobierno.