Mercedes Aranceta es tan solidaria que a pesar de vivir en un faro y tener todo el acantilado de cabo Prioriño (Ferrol) para poder pasear sin gente alrededor en kilómetros que pueda contagiar, saca a sus perros a escasos metros de la puerta. "Están sorprendidos porque siempre salíamos y dábamos paseos muy largos, pero creo que hay que solidarizarse con todos los que no pueden salir, si tenemos que aguantarnos, nos aguantamos todos", explica esta farera. En Galicia solo quedan cuatro faros habitados, tres en la provincia de A Coruña y tres de estos profesionales técnicos mecánicos de señales marítimas son mujeres: además de Aranceta en Prior está Carmen Rosa Carracedo en Estaca de Bares (actualmente de baja) y Elena Aramendia en San Cibrao (Lugo). El único hombre es Miguel García Cernuda, en punta Candieira (Cedeira). Los cuatro se llevan "muy bien" y curiosamente, todos son madrileños. El coordinador de los sistemas de ayuda a la navegación de la Autoridad Portuaria Ferrol-San Cibrao, de la que dependen estas torres es Ignacio Fernández.

El de farero o farera es un oficio a extinguir, poco a poco se han ido automatizando todos. Estos profesionales saben lo que es la vida aislada, situados sobre acantilados y alejados de los núcleos de población. Viven con tranquilidad el estado de alarma por el coronavirus aunque echan de menos salir el fin de semana.

"Antes bajaba con frecuencia a Cedeira, que está a ocho kilómetros, pero ahora ya nada, salgo para comprar cada diez días. Echo de menos salir, hablar con los amigos y tomar unas cañas. Aquí no hay cobertura de móvil salvo donde está la estación meteorológica ni tenemos televisión pero sí una conexión de internet. La vida que llevo, con mi familia, es normal. Tenemos más problemas en invierno que ahora", explica Miguel García, que lleva más de treinta años en el faro de punta Candieira, y que también es responsable de varias señales, balizas y boyas.

Faros y luces

"Aquí, cobertura de móvil, a ratos. Con el anterior decreto éramos un servicio esencial, ahora nos quedamos en un mantenimiento. Yo llevo tres faros, Prioriño Chico, cabo Prior y Frouxeira, además de treinta y pico luces y las boyas. Se controla todo por la web y hago una revisión una vez por semana. Si salta una alerta o una avería, allá vamos", explica Mercedes Aranceta, que vive con preocupación la situación de los contagios en Madrid, donde tiene familia.

En el faro reside con su pareja, tres perros y un gato. "Somos unos privilegiados. Yo estoy acostumbrada a esta vida y es una ventaja. Soy mucho de leer, antes de pasear, tengo una huerta pequeña. Ya no nos aburríamos antes así que lo llevamos con ánimo. Ahora solo salgo a comprar un día para toda la semana o más, a pesar de que es un sitio de poco riesgo para contagio, muy aislado", señala Mercedes, que ha sido también farera en Illa Pancha, en Asturias y en País Vasco.

Esta farera ha pasado de ver coches de turistas ante el faro a un aparcamiento vacío y "algún percebeiro aislado al principio".