Verde y Azul

Somos los herederos del frío

Análisis de Eduardo Martínez de Pisón, Catedrático emérito de Geografía de la Universidad Autónoma de Madrid

Decían los astrónomos que somos hijos de las estrellas. Más cerca en el espacio y en el tiempo, podemos nosotros añadir que también somos los herederos del frío.

La humanidad antigua vio repetidas veces caer sobre su paisaje la nieve y crecer las masas de hielo procedentes del norte y de las montañas, sin síntomas de replegarse. Venimos de esa región blanca y del refugio en la caverna. Cuando resplandece el dorso de un glaciar tal vez resurge en nosotros una memoria aparentemente perdida y nos unimos en un ambiente del espíritu, en un paisaje más del alma que de la Tierra, con nuestros lejanos orígenes en las tundras y los muertos reinos de los hielos.

Pero todo cambia en la naturaleza y, una y otra vez, aquellos hielos avanzaron y retrocedieron. Alcanzaron en su último avance casi 40 kilómetros de longitud en el Pirineo español y unos 400 en el Karakorum del Pakistán, cubrieron con un domo único las islas del archipiélago antártico de las Shetland del Sur y los brazos de mar que ahora las separan, llegaron a Nueva York desde las tierras congeladas árticas de América. Y se fueron, se replegaron hacia sus fuentes. Hace 20.000 o 15.000 o 10.000 años, según las regiones. Y quedaron acantonados en la altitud, en la morada de los dioses o en los pozos boreal y austral del frío. En los últimos 10.000 años avanzaron y retrocedieron al menos 10 veces en los Alpes en movimientos menores, como un lento pulso del clima, cuyas causas parecen astronómicas.

Tras un período bonancible, a partir del inicio del siglo XVII tuvo lugar en nuestras montañas mayores un último pulso glaciar positivo, por ahora, y en ellas se extendieron los hielos sin desbordar sus relieves y a esta etapa la hemos llamado “La Pequeña Edad del Hielo”. Desde el año 1860 esos glaciares iniciaron un nuevo retroceso en el que ya pudo intervenir la acción humana como desencadenante o en su desarrollo. A partir de 1990 esa retirada se aceleró y se alcanzaron en Europa niveles de deshielo similares a los datados por la ciencia hace 5.000 años. Ahora estamos en un punto creciente de fragilidad del tesoro de los hielos naturales del Planeta. No sólo quedan afectados los glaciares tropicales andinos ni los marginales pirenaicos, es el gran Himalaya, es la remota área periantártica, son los mares helados polares, son los depósitos de ese frío del que somos herederos lo que actualmente se resiente. Ante nuestros ojos, un signo esencial de la Tierra se está disipando.

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