Verde y Azul

España, a las puertas del desierto

El calentamiento agrava la degradación del suelo debida a los incendios, la sobreexplotación y otras presiones humanas

España se asoma al desierto. Y no lo hace solo por el extremo sureste de la provincia de Almería, el único reducto de clima árido de Europa, sino que el 40 por ciento del territorio está afectado por los procesos que conducen a esa situación extrema de degradación del suelo. Un problema de la máxima gravedad. “Si perdemos el suelo, lo perdemos todo: productividad, paisaje, recursos hídricos, biodiversidad… En sus últimas consecuencias se produce una doble ruptura, en la prestación de servicios y en la regulación de las funciones ecológicas del territorio”, afirma José Luis Rubio, ingeniero agrónomo, presidente de la Asociación Mundial de Conservación de Suelos y Agua (WASWAC), fundador y primer director del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (CIDE), y asesor científico y uno de los redactores de la Convención de la ONU de Lucha contra la Desertificación.

Rubio amplía la advertencia: “Si se degrada el suelo, todas las medidas para el control de emisiones de dióxido de carbono en la producción de energía, en las industrias, en las áreas urbanas y en los transportes pueden quedar sin efecto por las emisiones del enorme depósito de carbono orgánico del suelo, el segundo mayor del planeta” (el primero se encuentra en los océanos).

El suelo retiene gran parte del carbono de la atmósfera, por lo que exige una gestión eficaz

La situación puede ser catastrófica, pero Rubio defiende que también representa una gran oportunidad de cambio, de acción y de innovación. La conversación tiene lugar a su regreso de una visita a China para conocer cómo se está actuando allí frente a este problema, donde sus dimensiones son preocupantes. “China es uno de los países más afectados por la desertificación. Hemos visitado centros de investigación y estaciones experimentales de campo, y hemos visto técnicas de lucha contra la desertificación y de restauración de suelos. Vengo impresionado por el modo en que los chinos están abordando, a una escala enorme, el control de los procesos de degradación, con resultados, en muchos casos, espectaculares”, refiere.

En Europa, la desertificación amenaza a la cuenca mediterránea y, dentro de ella, España es el país más afectado con diferencia. Así lo señalan los informes de la ONU y del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC). “Es un problema medioambiental grave y tiene consecuencias económicas y sociales importantes por su impacto en la productividad y estabilidad del territorio. Dependiendo de un conjunto de factores y de procesos, nos encontramos con zonas afectadas en un estado inicial y otras con gran riesgo. Lo grave es que son problemas que pasan desapercibidos, el paisaje sigue más o menos igual”.

La desertificación se inicia por la pérdida de calidad o degradación del suelo; por ejemplo, cuando éste pierde materia orgánica, luego puede compactarse y formar costras superficiales, se saliniza o puede ser arrastrado por la erosión después de incendios o por una mala gestión. Llega un momento en el que esa degradación se transmite al resto de componentes del ecosistema: actividad biológica, microorganismos, flora… y afecta también a la regulación hídrica. Lo peor es que, una vez en marcha, el proceso se retroalimenta. “En las situaciones más graves, el territorio se vuelve yermo, árido, inhóspito e improductivo; adquiere condiciones de desierto en zonas que, climáticamente, no son desérticas”, explica José Luis Rubio.

En España, la mayoría del territorio es de clima semiárido o subhúmedo seco, con precipitaciones de 300 o 400 mm, que no son condiciones de desierto, pero la degradación del suelo afecta a la estabilidad, a la productividad y a las funciones ecológicas. El calentamiento del clima ha venido a empeorar las cosas, a potenciar esos procesos. El quinto informe del IPCC prevé para el Mediterráneo una subida de temperaturas de entre 2 y 6.3º C, una disminución de las precipitaciones y un aumento de la variabilidad climática. También alerta de que se incrementarán la evapotranspiración –lo que implicará la pérdida de recursos hídricos– y la frecuencia de los fenómenos atmosféricos extremos y las sequías, y señala una tendencia a la aridificación o desertificación del territorio. Si se cumplen las previsiones climáticas, disminuirá la capacidad de amortiguación y regulación del suelo, este perderá su capacidad de resilencia, irá disminuyendo su calidad y crecerá el arrastre de tierra.

Carbono a la atmósfera

Aún hay más. El suelo guarda el segundo mayor depósito de carbono orgánico del planeta y, si se degrada, ese carbono comenzará a transferirse a la atmósfera. Rubio entiende que “el almacenamiento de carbono en el suelo puede ser parte del problema o de la solución. Será un problema si seguimos degradando el suelo, por mal uso, incendios, desertificación… Y, al mismo tiempo que se liberará carbono, se modificarán los balances de radiaciones, se producirán emisiones de metano y óxido de nitrógeno, se alterarán el albedo (la capacidad de reflexión del suelo) y la regulación de la evaporación, y crecerá la emisión de aerosoles y partículas de polvo”.

En la cuenca mediterránea, España es el país más afectado por la desertificación, afirman los expertos

El papel positivo de ese carbono depende de que se actúe para conservar el suelo que lo retiene. “Si lo hacemos, tendremos una estrategia ganadora”, defiende Rubio, “aumentaremos la estabilidad del territorio, su capacidad de regulación, su productividad agrícola y forestal; lograremos una mayor eficiencia en la gestión de los recursos hídricos y en la restauración de zonas degradas e improductivas; aumentaremos la biodiversidad; disminuiremos la incidencia de los fenómenos de cambio climático, y mejoraremos la resilencia del territorio”. Pero, advierte, “estamos perdiendo un tiempo precioso. Cuanto más se tarde en abordar el problema, peores y más difíciles serán las posibilidades de revertirlo”. A este respecto, reclama que se lleve a Bruselas y que España desarrolle su propia Estrategia Marco “para potenciar la estabilidad del territorio, su resilencia y su adaptación proactiva al cambio climático, y que disponga de los medios para combatir un problema que afecta a la base económica y social, y a todos los usos y las funciones ecosistémicas del territorio”, concluye.

Luís Mario Arce

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