La ciudad y la prensa

José María Arias Mosquera

José María Arias Mosquera

José María Arias Mosquera

La expresión cuarto poder (fourth state), al parecer procedente de una alocución de Burke, pasó a las lenguas romances como cuarto poder, cruzándose felizmente con la separación de poderes definida por Montesquieu, ya que en Burke parecía referirse más a los estados de la iglesia, la nobleza y los comunes, a los que se venía a añadir el de la prensa, según Carlyle el más poderoso de todos.

De esta manera se convirtió en la expresión de su necesidad para la sociedad política moderna. Nos gustaría hacer unas reflexiones de su papel y muy particularmente sobre su papel local, respondiendo así a la gentil invitación de LA OPINIÓN A CORUÑA. Son unas reflexiones que haremos además desde la óptica del tercer sector, ya que también las fundaciones han sido definidas tardíamente, cuando ya había desde luego un sector público y un sector privado. Nosotros somos pues lo que queda: algo que no es rigurosamente privado ni tampoco público.

Tampoco el cuarto poder es en realidad un poder del Estado por más que sea este el que garantice el espacio de su ejercicio. Pero su independencia, la separación de los otros poderes, es una marca que distingue los regímenes autoritarios de los democráticos, pero también aquellas sociedades en las que impera la demagogia de aquellas otras, quizás solo existentes en grado perfecto en las utopías, en las que el ciudadano tiene un conocimiento profundo de la realidad pública.

La calidad de los medios no solo se expresa en términos de reproducción de los hechos. Por eso las iniciativas de fact checking, que hoy se proponen precisamente como uno de los nuevos espacios del periodismo, son necesariamente limitadas. Los hechos pueden ser, hasta cierto punto, incontrovertibles, pero no la interpretación de los hechos. La interpretación de los hechos siempre será opinión. Por eso la importancia de que alguien cuide de rellenar este espacio de la libertad de prensa con contenidos a la vez plurales y honestos, que halle una complicidad entre el lector, ya que esta es la clave realmente de su existencia. Naturalmente la prensa puede subsistir de muy diversas maneras y así lo ha hecho a lo largo de la historia siendo corresponsable tanto de avances positivos como de la consolidación de toda clase de injusticias y prejuicios, pero la forma genuina de su existencia es en colaboración con el lector, dándole no solo voz, sino criterios de interpretación. Cualquier lector de periódicos sabe que cuando realiza esa sana costumbre enseguida establece un diálogo con quien le escribe, atendiendo a lo que habla y a lo que calla, leyendo entre líneas. Y esto le sucede aunque lea a su columnista favorito o la prensa más afín a sus ideas. El periódico no está diseñado para mentes que no quieren estar activas.

La mejora de los transportes, la ubicuidad de los trabajos, la información entendida como inmediata y global, junto con sus indudables ventajas, ha traído también el riesgo de que nuestras ciudades se conviertan en meras ciudades dormitorio. Ciudades en que todo nos venga de fuera, también las noticias o el entretenimiento. Las ciudades dormitorio pueden ser muy cómodas, incluso gratas a la vista, pero carecen de sentido de la comunidad y no tienen desde luego periódicos.

Desde el siglo XIX e incluso antes los periodistas son una especie de historiadores a la vanguardia. Es con esta primera opinión, por supuesto sujeta a intereses como todo lo humano, como nos hacemos nuestra primera idea de un acontecimiento o de un fenómeno. Pero es una idea que tendrá indudablemente un plus de credibilidad y por ello perdurará mejor en el tiempo. Son por esta razón esenciales en la conformación de nuestras identidades colectivas. Son también una clave para la acción individual en la defensa de nuestros derechos o de nuestras ideas.

Solemos decir que las fundaciones trabajan con fuerzas prestadas: las de nuestros becarios, las de los creadores, las de las asociaciones de ámbito social. Una de esas fuerzas son sin duda los medios de comunicación, esenciales en cualquier proyecto de mejora de la sociedad.

Ver un periódico como LA OPINIÓN, que asume ejemplarmente estos propósitos de independencia y pluralidad que promete su título, cumplir los 20 años, es sin duda un motivo de alegría y le deseamos muchos más.