Una imagen prácticamente perdida en las playas gallegas y asturianas (en la comunidad vecina todavía su puede contemplar de cuando en veces) es la presencia de un carro de vacas (también bueyes, en su momento) en el que labradores gallegos y asturianos se afanaban en cargar algas arrastradas hasta esas playas por la resaca o el mar de fondo que las arranca de sus lugares de asiento y de las que dan buena cuenta el sol, los pulgones de arena, las moscas, las gaviotas, etc.

Pero las algas satisfacen actualmente otras necesidades como, por ejemplo, las culinarias. Gracias a estas florecen los restaurantes que emplean algas en sus esmeradas cartas (la primera vez que el arriba firmante las probó formaban parte de un espléndido menú elaborado en un conocido restaurante santiagués acompañando un delicioso bacalao migado), las fábricas de conservas que elaboran en latas y frascos de cristal lo que se presenta sin ambages como una verdadera delicatessen, y hasta se profundiza en la investigación sobre la aplicación de estas plantas marinas en un futuro a muy corto plazo de tiempo para contribuir a suavizar el aumento de CO2 en la atmósfera, incremento que se va a producir, según las previsiones del departamento de geología de la Universidad de Oviedo, antes de que finalice este siglo si, como se prevé, se mantiene la concentración del gas de efecto invernadero en las emisiones actuales.

Nuestros labradores extraían las algas arrancadas por el mar y trasladadas por las olas hasta las playas en algo tan primario como era su utilización como fertilizante. Los científicos las quieren para eliminar parte del CO2 que nos condena. Los restauradores las incluyen en sus exquisiteces y los fabricantes de conservas como paliativo a unos problemas productivos derivados en gran medida de la falta de atención y previsión de una Unión Europea que no hace sino desunir al importar conservas con aranceles bajos a las que priman sobre las que en España y, especialmente Galicia, se elaboran.

Que el mar es la despensa de la Humanidad, nadie lo duda. Como cada vez son menos los que no creen en que la mar es asimismo la farmacia del hombre.

Japón lo ha entendido bien hace muchos años y uno ha tenido la oportunidad de comprobar cómo las algas también forman parte de la acuicultura que practican los que en 2020 van a tener en su territorio las sedes de las Olimpiadas de ese año. Enormes "parcelas" de algas comestibles que buena parte de la ciudadanía local consume con deleite mientras nosotros nos limitamos a especular y reclamar ante los ayuntamientos la utilización de maquinaria que limpie de algas los arenales porque la presencia de esas plantas marinas molestan al bañista.

No queremos entender que las algas son, en buena medida, el remedio a muchos problemas. Uno de estos, y no menor, el del hambre.