Es vieja la creencia de que el gallego -más que la gallega- nace para "ir al mar". La profesión de marinero, ya sea en la pesca o en la marina mercante, fue siempre aquella a la que nuestros jóvenes estaban abocados. Hasta el punto de que la inmensa mayoría de los del siglo pasado, residentes en poblaciones pesqueras como Ribeira, Cariño, Malpica, A Guarda, Burela... estaban inscritos desde antes de ser llamados a filas para realizar en la Armada española sus "deberes para con la Patria". Esto a pesar de que eran llamados a filas antes que los que cumplían el servicio militar en el Ejército de Tierra y que el tiempo de prestación del servicio patrio era mayor en la Armada que en el Ejército.

¿Vocación? No necesariamente. Pero disponiendo de la famosa "libreta de embarque", tenías franca la entrada como tripulante en un buque de pesca o de la marina mercante. Era, simplemente, la seguridad de un empleo en un tiempo en el que la seguridad era, precisamente, la que fallaba: en aquellos años 40, 50, 60 y 70 del siglo XX -¡qué lejos quedan ya!- los medios de los que se disponía a bordo para hacer la vida de la tripulación más grata y segura no tienen nada que ver con los de hoy. Pero no se puede decir con rotundidad que los de aquella época fuesen marineros vocacionales, como tampoco puede nadie afirmar que hoy no existe relevo generacional en la pesca porque la juventud no quiere embarcarse. Es, cuando menos, aventurado plantearlo.

Estoy convencido de que, como en otras profesiones en tierra, la juventud rechaza embarcarse en el sector pesquero por las largas jornadas a bordo, la inseguridad basada en la carencia de caladeros y el establecimiento de TAC y cuotas por parte de la UE, sumado a unos salarios no garantizados y bajos en muchos casos, que hacen que la retracción a embarcarse crezca y los barcos parezcan poner proa a puerto para amarrar y desguazar, y que los teóricos hablen con pesimismo de la falta de vocación marinera, como si ser pescador tuviese que ver con el sacerdocio.

Los trabajadores de la mar comen todos los días y tienen familias a las que alimentar, educar... lo que induce a pensar muy mucho a la hora de decidir -el que puede hacerlo- un oficio. Por eso la mar, la pesca (no tanto la marina mercante) resulta poco atractiva para las nuevas generaciones, olvidadas de cómo sus abuelos compaginaban las tareas agrícolas con las marineras y son salarios "a la parte" que tampoco fueron nunca o casi nunca suficientes salvo buenas campañas de sardina, jurel o bonito.

Los armadores otearon un futuro mejor con la contratación de extracomunitarios que, en muchos casos, trabajaban por salarios de miseria aun cuando su rendimiento profesional no era el que se lograba de los tripulantes autóctonos. Esos armadores se habituaron a pagar poco y exigir todo lo que podían, y el marinero nacional no pasa por lo que, obligadamente, pasan los ciudadanos de países no comunitarios. El descenso vocacional, para mí, viene producido por la carencia de incentivos económicos. Y por cuestiones como esta, las tripulaciones nacionales y las extranjeras se equiparan en los pesqueros gallegos.