El problema no se ha resuelto. Queda mucho por aclarar. Pero el centenar largo de migrantes recogidos en la mar por el buque Open Arms ya están donde, inicialmente, querían estar: en tierra, en un refugio, en un hospital. De momento, en Italia; en unos días, en España, Portugal, Francia...

El fiscal italiano dictó la orden de proceder al desembarco de los migrantes a la vez que la incautación del buque Open Arms. Por su parte el Gobierno de España ordenó el envío a la isla italiana de Lampedusa de la patrullera Audaz de la Armada española. En los cenáculos políticos de un país sin gobierno „el existente en España lo es en funciones, al igual que el de Italia„ todas son disculpas y ese centenar largo de personas que buscan un remedio a sus muchos problemas, finalmente han cantado y bailado con un desesperado Oh bella ciao, como en su Canción marinera León Felipe describía:

"Todos somos marineros, marineros que saben bien navegar. Todos somos capitanes, capitanes de la mar. Todos somos capitanes y la diferencia estásólo en el barco en que vamos sobre las aguas del mar".

El Open Arms más que solucionar un problema que está en el fondo del mar y que los migrantes afrontan incluso sabiendo que para ellos es más fácil morir en él, abren caminos para que otros sigan su estela. El fiscal italiano les aplica una ley que es compasiva, cuando es la mar, el derecho marítimo internacional, el que depara a cualquier barco la posibilidad de cumplir con lo que para la mar el hombre ha legislado: su obligación de socorrer a quien se hallara en peligro. Pero ni Italia, ni España, ni la Unión Europea (los más implicados en el problema suscitado por la negativa del gobierno italiano a permitir la entrada del Open Arms con su carga humana en el puerto europeo más próximo al lugar en el que recogió a ese centenar y medio de seres humanos) optaron por lo más fácil: aplicar la legislación que, blanco sobre negro, concreta lo que se debe hacer con las personas cuyas vidas corren peligro en la mar: rescatarlas y trasladarlas al puerto seguro más próximo.

Han tardado una veintena de días. Todos hemos tenido que ver cómo los migrantes prefieren morir en el mar a continuar con sus miserias hacinados en la cubierta de un viejo barco de Bilbao que una organización no gubernamental utiliza para recoger desahuciados en medio de las olas del Mediterráneo a pesar de que este buque no está autorizado para tal menester, según el Gobierno español.

¿Quién determina lo que ha de hacer el capitán de un barco cuando avista en la mar seres humanos cuyas vidas están en peligro, si no es el Derecho Marítimo Internacional? ¿Acaso no se puede denunciar a ese capitán por denegación de auxilio si no colabora en el rescate de unos náufragos declarados?

La patrullera de la Armada española Audaz llegará tarde, mal y sin poder cumplir uno de los más sagrados deberes en la mar: salvar a quienes están en peligro. El Gobierno español, al igual que el italiano, se sentirán satisfechos: han cumplido.

Algún día es posible que los supervivientes de esta tragedia de lesa humanidad exijan aclaraciones que solo desde un sentimiento humanitario se puede dar.

Lo nulo, existe.