Javi Gómez Noya llegó puntual a su cita con la historia para quitarse la espina con la que caminaba desde hace cuatro años cuando en Pekín se quedó a las puertas del podio olímpico lastrado por los problemas físicos. Pero ayer, en el atestado circuito de Hyde Park, cubrió la última etapa de un viaje que comenzó hace doce otro gallego, Iván Raña, quien en Sydney abrió los ojos al gran público hacia este deporte. El ferrolano logró ayer en Londres la primera medalla de la historia del triatlón español tras finalizar segundo en una prueba salvaje, disputada con el cuchillo entre los dientes desde la salida, y que sirvió para coronar a Alastair Brownlee, el mejor especialista del mundo, y que solo pudo soltar la incómoda compañía del gallego cuando restaban menos de cinco kilómetros para el final de la carrera.

En un día destinado para valientes, Gómez Noya dio la cara de un modo ejemplar y rompió el sueño de la familia Brownlee de colocar a sus dos criaturas en los dos primeros puestos. Incluso bromeaban los días previos con la posibilidad de entrar de la mano en la meta situada en el céntrico parque londinense. Todo lo consagraron a ello e incluso renunciaron a la posibilidad de contar con un tercer representante del Reino Unido de mayor nivel para colocar en el grupo a Hayes, un fiel gregario con el encargo de hacerles el trabajo sucio en el tramo de bicicleta. El ferrolano compitió solo, sin amigos de conveniencia, sin buscar alianzas externas y con los otros dos españoles perdidos por detrás de él. Eso le obligó a extremar la precaución, a vigilar los movimientos de la inquieta pareja de hermanos sin desgastarse del todo para llegar entero al tramo de carrera a pie. Y con una exigencia tan grande el gallego disputó una de las carreras más inteligentes de su vida y que puso de manifiesto su enorme capacidad competitiva.

Como estaba previsto, el triatlón olímpico se disputó a una velocidad exagerada, impropia de una prueba que se espera mucho más táctica y medida. Gómez Noya no dejó ni un momento de estar en las primeras posiciones consciente de que un despiste podría cavar su tumba. Salió en la natación detrás de Vargas, el mejor especialista en el agua de los participantes. No quería líos, ni patadas ni los incidentes que habitualmente tienen lugar debajo del agua. Natación rápida, limpia y una salida del agua con tiempo suficiente para coger la bicicleta sin agobios. El gallego sabía que la emboscada le esperaba en cualquier esquina del recorrido y un buen momento para hacerla eran precisamente los primeros kilómetros del ciclismo en el que se pueden pagar muy caros los despistes. Tras subirse en la bicicleta los favoritos arrancaron como condenados. Se fueron cinco (los Brownlee, Vargas, Gómez Noya y el italiano Fabian). Pusieron un ritmo endiablado, entrando a los relevos como si quisiesen dejar al resto fuera de las medallas. No era un mal plan, pero los Brownlee no tardaron en entender que si habían llevado a Hayes no tenía sentido alguno inutilizarle. Levantaron el pie y esperaron a que se produjera el reagrupamiento. Una situación peligrosa para Gómez Noya, completamente desamparado en medio de muchos peligros y con un ruso y un eslovaco ejerciendo de mercenarios para los ingleses. Pero no se inquietó lo más mínimo y puso de manifiesto un oficio ejemplar y un dominio exquisito de la competición. El tramo de bicicleta se hizo a un ritmo exagerado, suicida por momentos con los ingleses siempre por delante y el ferrolado asomando el morro en el tercer, cuarto lugar. Muy expuesto pensaban muchos, pero no tenía otro remedio. A 5 kilómetros del final incluso hizo un amago Alastair con marcharse. Un tanteo inquietante. Gómez Noya salió a por él decidido y acabó con su aventura.

La carrera a pie desnudó a todo el mundo. Aquí cada uno corre a lo que puede y en apenas trescientos metros el podio de la carrera había quedado resuelto. Los Brownlee y Gómez Noya se marcharon de sus perseguidores con aparente facilidad. A un ritmo exigente, con Alastair delante y Jonathan tras él. Subía el ritmo, pero el gallego seguía ahí, dando la sensación de ir cómodo en medio del delirio de los aficionados que enloquecían ante la posibilidad del doblete. A menos de cinco kilómetros del final apretó Alastair de un modo casi inapreciable. Jonathan, que arrastraba una sanción de 15 segundos por un error en una transición, se quedó y comenzó a dar muestras de estar realmente agotado. Javi Gómez Noya apretó los dientes mientras el gran favorito echaba más carbón a la máquina. Resistió poco más. Metro a metro se fue soltando de Alastair y el gallego comenzó a correr pensando en lo que venía por detrás. No había posibilidad de ganar el oro, pero tampoco de perder la plata. Jonathan cumplió con su sanción y la carrera solo esperaba la entrada en meta de sus protagonistas. Once segundos después del nuevo campeón olímpico entró Gómez Noya. Un premio para su joven deporte, para su explosión en lugares como Galicia, para su entrega y para gente como Raña, que comenzaron el camino que él terminó.