Opinión | Inventario de perplejidades

Los tres mejores son argentinos

Para el doctor Lahoz, neurólogo y aficionado a la prosa deportiva.

Lo proclamó la afición bonaerense en pleno éxtasis tras la conquista del Campeonato Mundial de Fútbol. Messi es Dios y el Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad junto con Jesús de Nazaret. No obstante, el misterio se hizo de rogar y hubo que esperar a los penaltis para aliviar la insufrible agonía de una victoria que se escurría de entre las manos cuando su captura parecía segura. Faltaban ocho minutos para el final del partido. La escuadra argentina dominaba el juego con autoridad frente al todavía campeón, la selección de Francia. Parecía que el 2-0 era inamovible, pero como nos recuerda el sabio balcánico Vujadin Boskov: “Fútbol es fútbol”, expresión de una profundidad filosófica parigual a la socrática “Solo sé que no se nada”. En esas andábamos cuando el árbitro pitó uno de esos penaltis inclasificables, que lo mismo pueden ser que no ser al shakesperiano modo. El estandarte galo —que hasta ese momento no había hecho nada digno de mención— ejecutó el castigo con displicencia napoleónica y el juego entró en una fase enloquecida en la que pudiera darse cualquier resultado. La prórroga prolongó media hora el sufrimiento colectivo y llegamos a los penaltis. El formato es muy parecido al de los duelos a pistola. Se sortea el orden de intervención y los tiros se suceden de uno en uno contra el portero del equipo contrario, con el que se va turnando hasta que uno de los equipos alcanza una diferencia definitiva de dos goles.

La soledad del portero ante el penalti es una obra del premio Nobel de Literatura Peter Handke. Y también lo fue por su temática Alfonso Martínez Garrido, periodista que concluyó en Vigo una obra por la que obtuvo el premio Nadal. Solía leernos párrafos de ella al terminar la tarea en el desaparecido Pueblo gallego. Una perra de su propiedad asistía también a las lecturas y cuando gruñía Alfonso interpretaba que le disgustaba y borraba el texto.

El periodista argentino Marcelo Otero nos contaba anécdotas sobre el fútbol de su país. Gracias a él supimos que el portero Amadeo Carrizo, que tenía mucho éxito con las mujeres, vestía unos jerséis preciosos y desde la grada femenina le lanzaban piropos que él agradecía agitando al aire una elegante gorra escocesa.

Otro motivo de nuestro interés era la delantera de River Plate conocida como La Máquina por la precisión con que desarrollaba su juego. También era conocido el quinteto formado por Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau como los caballeros de la angustia porque dejaban el gol decisivo para el último minuto. Hasta ese punto llegaba su dominio.

De vez en cuando nos visitaron Sívori, llamado cariñosamente Testone, es decir Cabezón, Viberti y Del Acha, el defensa que le dio un rodillazo a Kubala, un mito del Barça. El fútbol argentino tiene jerarquía.

Los tres mejores jugadores de todos los tiempos, Di Stéfano, Maradona y Messi, son argentinos. Puedo opinar porque, por edad, los he visto jugar a los tres.

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