Opinión | crónicas galantes

Ahí vienen los marcianos

Por si no le bastase con los rusos y los chinos, el presidente de Estados Unidos se ha puesto a derribar ovnis, bajo la sospecha finalmente infundada de que pudieran ser naves extraterrestres.

Hasta tres de estos artefactos sospechosos fueron cañoneados en pocos días por los cazas de Joe Biden. Al menos uno de ellos era un globo de los que se utilizan para la publicidad comercial; y ninguno procedía de lejanas galaxias, según se apresuró a aclarar el Pentágono. Esto es lo que se llama gastar pólvora en salvas.

Biden sufre cierta tendencia a saludar a amigos invisibles y no ha de extrañar, por tanto, que desconfíe de un ataque de los marcianos o de los venusinos. Por eso ha insistido en que seguirá mandándole sus aviones a cualquier artefacto no identificado que sobrevuele los cielos de América.

Todo esto viene de la intercepción de un globo lanzado por el gobierno de China que recorrió los Estados Unidos de oeste a este antes de ser abatido sobre el mar. Procedía del Lejano Oriente, que está lejos según desde donde se mire; pero en todo caso de la Tierra. Nada que ver con los viajeros del Cuarto Milenio.

Con los extraterrestres que llegan desde fuera del planeta hay ciertos motivos para sospechar. Generalmente los representamos bajo apariencia humana, es decir: con cabeza, tronco y extremidades. Los imaginamos muy cabezones —como el alienígena de la película ET—, quizá en la soterrada creencia de que han de ser más inteligentes que el ser humano. Por la misma razón, otros de los que los avistaron los describen exageradamente altos o con pinta más o menos monstruosa; pero siempre dotados de brazos, cabeza y piernas. Qué poca imaginación.

Del cielo solían bajar en tiempos antiguos las vírgenes que modernamente han sido desplazadas del espacio celeste por los ovnis. Alrededor de su contemplación —o “avistamiento”, por decirlo en la jerga del gremio— han nacido nuevas sectas de creyentes que profesan fe en la existencia de turistas de otras galaxias.

Fue a mediados del pasado siglo cuando las apariciones de los platillos volantes, con su escurridiza tripulación, sustituyeron a las de las vírgenes y otros entes inefables que bajaban a la Tierra para gozo de pastorcillos.

Mucho no ha cambiado la cosa, a decir verdad. Los nuevos teólogos del espacio creen adivinar en la presencia de extraterrestres —que algunos dicen haber visto— una inequívoca señal de la existencia de otras civilizaciones más avanzadas. Solo una vasta conspiración de silencio entre los gobiernos de todo el mundo impediría, al parecer, que tengamos noticia de la constante arribada de marcianos a la Tierra.

A todos ellos ha venido a darles alas —que es lo suyo— el general de aviación norteamericano que en un primer momento dijo no excluir hipótesis alguna sobre los últimos sucesos en la atmósfera de los USA. Incluida la de los extraterrestres, claro está.

Después vinieron esos persistentes aguafiestas que son los científicos para constatar que los ovnis derribados eran de origen prosaicamente terráqueo. Aun así, el emperador Biden ha advertido que va a seguir disparando contra todo lo que se mueva sin identificarse en el espacio atmosférico y hasta estratosférico de su país. Todo lo malo será que en una de esas caiga un alienígena y la liemos.

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