Opinión | La pelota no se mancha

¿Por qué se enfadó el deportivismo en León?

La afición deportivista, el domingo, en el Reino de León.

La afición deportivista, el domingo, en el Reino de León. / LOF

Quien haya pensado que al deportivismo le enervó haber perdido en León o que le escama la categoría puede que tenga parte de razón, pero desde luego que no ha pasado de una simplista lectura en diagonal de la situación, nada detallista, alejada de los matices y, sobre todo, de la profundidad. A la grada le escuece por acumulación que, viaje tras viaje, esfuerzo tras esfuerzo, rascándose el bolsillo y excusa sobre excusa, se lanza de nuevo a la carretera, se vuelve a ilusionar, pasa una buena previa en la que ya empieza a temerse lo peor para luego cumplir la inexorable penitencia en el campo. Un día gana, la mayoría empata o los menos pierde, pero nunca le convence su equipo, nunca le hace sentirse orgulloso.

Es como ir con el coche hacia un muro y que el freno o la dirección nunca respondan. Una y otra vez, una y otra vez. Más allá de las estadísticas y de los campos ásperos para un Dépor de mocasines, es ese vía crucis en el que nunca se siente identificado con sus jugadores cuando abandona A Coruña, es ese calvario en el que ve a un grupo perdido, conformista e impotente cuando el estadio de Riazor no le empuja, es ese pisoteo insoportablemente regular a la grandeza de un club cuando acude como uno más o a merced de lo que disponga el rival. No hay que confundir humildad con conformismo, ni oficio con ley de mínimos. Ojalá fuera solo haber perdido un partido. Nadie se enfada por haber caído por primera vez en cuatro meses, hay mucho más detrás.

El problema no es haber perdido un día, es no sentirse orgulloso ni identificado nunca cuando juega fuera

Óscar Cano acabó siendo el objeto de descarga de la frustración. Fue una concentración de reproches que a nadie sorprende. Tiene un nítido punto de injusticia, porque no es el único que debe rendir cuentas por lo que se vio en el césped del Reino León o por lo que se presencia cada quince días. Desde el pivote que no gobierna el centro del campo hasta el que ficha o firma las contrataciones, todos tienen que responder por este tercer proyecto, sino fallido, al menos titubeante en Primera RFEF. La transversalidad también es esto, la ausencia de parapetos.

Pero es innegable también que desde hace tiempo el técnico nazarí tiene unos cuantos borrones en su hoja de servicio y, sobre todo, cuenta con una gestión nefasta de su comunicación con la afición. Es casi imposible ser comprensivo en las malas con quien no defiende tu identidad o lo que consideras tuyo (la cantera), con el que no percibes como una persona justa en el reparto de oportunidades o con el que no has sentido en ningún momento haber mantenido un diálogo sincero y directo, con el que no te ha generado ni un ápice de empatía. Las relaciones, en mayor o menor medida, son siempre recíprocas y a la grada lo que le queda es que su técnico no le ha dado nada, que ha construido muy poco, más allá de las victorias. Y cuando empezaron a escasear los triunfos, afloraron los reproches, apenas soterrados. Nadie merece convertirse en diana de las frustraciones ni debe aceptar ninguna falta de respeto, pero esta relación técnico-grada demuestra que entrenar a un equipo es mucho más que ganar partidos: también hay que comprender al club y a su gente, guiarles.

Cano no debe ser diana, pero no es sencillo para la grada defender en las malas a quien nunca sintió sincero

El Dépor fue un témpano de hielo en la salida en León y no mereció perder tras generar ocasiones por su capacidad individual, en ese caso, por la inspiración de Quiles. Dio la sensación en muy pocos momentos de llevar el timón del partido, de jugar a lo que quería o le beneficiaba. La media no era suya, no transitaba, no presionaba bien arriba, era inocuo en el ataque posicional. Los cambios tampoco arreglaron nada. Llevaba tiempo exponiéndose a que sucediese un accidente de este tipo fuera de casa, porque no se puede ascender con el freno de mano echado, no se puede establecer una dinámica ganadora a domicilio con la calculadora en la mano.

Lucas necesita compañía para golear, para presionar arriba, que se le surta de otra manera

Entre que no le sobra o que no aprovecha lo que tiene y que los mensajes conformistas de “un punto vale fuera” o de “hay que hacer bueno este punto en casa” acaban calando, llega a las diez últimas jornadas a cinco de la cabeza y con un pelotón de equipos a la par. Ni el play off parece tener del todo asegurado. Todo después de haberse puesto líder provisional hace nada. Un día que le debía reforzar tras una remontada de diez puntos y que acabó produciendo una especie de efecto cima. El Dépor se creía que ya había llegado, que ahora solo era aguantar el ritmo. Y no, aún tenía ante sí empinados senderos en los que ha perdido el paso. Otra vez el conformismo, que todo lo frena.

Malgastar a Lucas

Han pasado casi tres meses desde el regreso de Lucas. El inicio fue demoledor y no ha dejado de sembrar el pánico en las defensas de Primera RFEF, pero su rendimiento y su aprovechamiento han dibujado una curva descendente en los últimos tiempos. Irrebatible. Seguro que el coruñés es el primero que se exige más, que se irrita consigo mismo por no ajustar el control, por no afinar el remate, por no haber marcado más. Aun así, semana a semana es más evidente que el Dépor está malgastando a su jugador franquicia. Quizás no es aquel ariete de su primera etapa que producía goles casi en solitario. Ahora es más participativo, más un segundo punta, que un nueve. Hay que leerlo también a él. Necesita que se le surta de otra manera. Con otro delantero al lado, con pasadores que se acompasen, con compañeros que vayan a la presión. Algo debe buscar o inventar Cano. Solo había algo peor que no haber fichado a Lucas y era malgastarlo.

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