Opinión | La espiral de la libreta
Escritora y periodista
¿Cómo diablos se ama en lengua rusa?
La escritora en lengua rusa Svetlana Aleksiévich, dotada de un oído sideral, hija de padre bielorruso y madre ucraniana, es una de las mejores entrevistadoras del universo. Ha cimentado su obra, a medio camino entre el periodismo y la literatura, en polifonías donde un coro épico salmodia la guerra y la catástrofe: dio voz a las mujeres que participaron silenciosas en la segunda contienda mundial; a los muchachos que regresaron de la campaña de Afganistán mutilados, dementes o metidos en ataúdes de zinc; a las víctimas del accidente nuclear de Chernóbil, a los millones de personas que amanecieron desnortadas tras la implosión de la URSS. Saturada de dolor, supongo, ha decidido dedicar su próximo libro al amor. ¿Cómo se ama en lengua rusa?
La premio Nobel se metió en harina hará unos cinco años, y a mitad de camino el cineasta sueco Staffan Julén comenzó a seguirla en el trabajo de campo para rodar el documental titulado Lyubov, amor en ruso (2018). La peli duerme como una diminuta piedra de obsidiana en la playa de Filmin.
En el documental, habla la anciana con el marido que yace en el cementerio (“¿cómo debo vivir, Pávlichek?”). Habla el pintor casi místico que se enamoró de una narcisista incapaz de amar. Habla la mujer que no pudo soportar la convivencia con un agente del KGB que le repetía “odio tu independencia”.
Habla la pareja joven, feliz sin casa propia, sin un kopek. Habla la esposa de un artista que se despeñó por los abismos de la locura. Habla la peluquera que tuvo que comprar una segunda nevera para que ella y su marido, una vez divorciados, pudieran seguir haciendo cada uno su vida bajo el mismo techo. Habla también la compasión. Un hombre asegura ante la cámara que se puede vivir sin amor, que se puede vivir sin sexo, pero la melancolía le opaca la mirada.
¿Qué es exactamente eso tan frágil que llamamos amor? ¿A dónde va cuando se diluye? ¿Cómo se conserva? De nuevo, el coro de voces de Aleksiévich teje un intrincado tapiz reflexionando sobre la cuestión, pero enseguida sobreviene un problema de lenguaje, de falta de herramientas en el idioma de Pushkin. En la literatura rusa escasea como tema literario: o bien aparece el minué sentimentaloide en el jardín de las mimosas, o bien el héroe novelesco se pone en camino hacia algún lugar, en aras de la patria, en aras de una idea superior.
Te pones a explorar la idea del amor y, de repente, el mazazo de la guerra. Otra vez. Mariúpol, Bucha, Bajmut... De nuevo, la implacabilidad de un pathos terrible.
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