Opinión | La pelota no se mancha

Villares sabe estar, sabe jugar

Villares, ante el Celta B

Villares, ante el Celta B / Casteleiro/Roller Agencia

Diego Villares acudió de nuevo al rescate ante el Celta B. Y, en voz baja, con la pierna tensa y el pulmón bombeando, supo lo que tenía que hacer con poco que le dijeran. Sabe jugar, sabe estar. Él, que nació con alma de mediapunta con gol, se encuentra ahora un día en la salida de la pelota, otro enlazando, al siguiente recorriendo la banda, hasta en el banquillo. Nunca protesta, siempre con buena cara y mente abierta, adaptándose, entendiendo lo que requiere la situación en el campo, fuera. Pocos son capaces de reunir tanta unanimidad hoy en día entre en el deportivismo y eso que nadie es inmune a los picos de forma y eso que es de casa, algo que no siempre ha allanado el camino. En tiempos de canteranos con prisas, en tiempos de rendimientos a la lupa y posiciones a la carta, en tiempos en los que cualquier renovación se llena de condicionantes y cláusulas, él esperó para debutar a los 24 años, él se pone a rendir y a jugar donde sea, él firmó una ampliación sin atender a la categoría y sin trazar un croquis mental de lo que esperaba de su carrera. “Aquí estoy para cuando quieras, “aquí estoy y aquí me quedo”, pareció decir en dos momentos claves de su carrera. Saber esperar y saber estar listo. Y todo lo refrenda con fútbol, no solo con gestos. Óscar Cano recurrió a él ante la baja de Olabe y su partido recuerda lo mucho que el Dépor necesita su fútbol, su alma.

Muchas veces es el cuarto en discordia en el pivote, el primero en irse a la banda o al banquillo, y no es del todo justo

Diego Villares abarca campo, lleva al equipo hacia adelante y le ajusta en la presión arriba. Es también capaz de llegar, de aparecer, no solo de esperar, de jugar al pie y en estático, uno de los defectos de este equipo. Esa capacidad para mezclar, para cambiar de ritmo, para ganar disputas y levantar a los que tiene alrededor le hacen imprescindible por mucho que a Óscar Cano le cueste verlo. Muchas veces considera que es el mediocentro más prescindible de ese cuarteto en disputa o el primero que debe enviar a la banda o al banquillo. Es una condición que se disputa con Isi. La polivalencia, esa actitud de servicio le acaban en ocasiones penalizando. Este sábado, con la sanción de Antoñito sobre la mesa, incidirá el técnico nazarí en este tipo de decisiones por mucho que Trilli pueda llegar a tiempo. Villares jugará. Debería hacerlo siempre, en su posición. Y no salir y, sobre todo, sentir que es importante, aunque él no lo necesite, porque está de servicio.

Svensson distorsiona

Su valía se eleva por sus condiciones futbolísticas y porque es un verso libre en un Deportivo un tanto monocorde. Pasa con él y pasa también con Max Svensson. El hispanosueco no será el más virtuoso, pero es rock and roll, es pisar el pedal de la distorsión. Se pega con todos, tira desmarques, estira a los rivales, descoloca a los defensas, añade registros, hace la vida más cómoda a todos los que tiene a su alrededor. Quien más lo nota es Lucas Pérez, que pide a gritos jugar con un delantero a su lado, que está deseando mezclar, llegar y ser un segundo punta. Los últimos 45 minutos ante el Celta B, con un futbolista más para los blanquiazules, no son un banco de pruebas realmente fidedigno. Pero las evidencias se acumulan. El Dépor necesita que lo sacudan, sacudir, que no todo vaya por el renglón recto de una práctica de caligrafía. Y ahí Diego Villares y Max Svensson son únicos en este equipo.

Riazor acabó feliz el noderbi ante el Celta B, porque el Dépor siempre le hace feliz a su gente cuando gana y porque había salido relativamente indemne del partido más desagradable de la temporada. Lo es siempre. Cada vez que se mide al filial celeste es como enfrentarse a sus miserias, es como ir al matadero donde una victoria es simplemente salir con un corte menor. En Vigo, como es lógico, retuercen el colmillo ante estas citas. Nada que perder, todo por ganar y disfrutar, lo contrario que ocurre en A Coruña. Lo que pasó hace tres días para el Dépor es pura supervivencia, donde mejor se ha movido, donde no le ha quedado más remedio que moverse este año.

Max hace la vida más cómoda a todos los que tiene a su alrededor y ese es un factor diferencial en este Deportivo

La grada respira y se concede una sonrisa y soñar por una innata predisposición a disfrutar del momento, al carpe diem. No significa, eso sí, que sea ciega. Sabe lo que tiene ante sí, sabe que así no le va a llegar para subir. Reconoce en el equipo males perennes, situaciones y pautas que llevan al fracaso, decisiones que le hacen torcer el gesto, también alguna piedra sobre la que edificar la gloria, las menos. Un cóctel con final abierto, pero pistas nada halagüeñas.

El equipo es una roca en defensa, parece mentira que sea el mismo que se descosía fácil a principio de liga

Un muro

El Dépor lleva tiempo siendo una roca como equipo y no es una cualidad menor. Ya no es solo no encajar goles, es no conceder nada, convertir a Mackay en un espectador, sobre todo, en Riazor. Es increíble que sea este el mismo grupo que, a principio de temporada, se descosía con una facilidad pasmosa. Pablo Martínez elevó su rendimiento, Pepe Sánchez es un gran apoyo y Cano ha puesto a defender mejor a este equipo con su teoría de diques. El Dépor va a estar en la pomada hasta el final por lo bien que se resguarda, más allá de algún despiste como el de León. Es diferente cuando ataca. Es un equipo lento, viciado en posición, atascado, que solo hace daño cuando roba, que abusa del balón al pie. Sus rivales le conocen, una condena. Esa impotencia es la que le puede dejar en la escalerilla del ascenso. El tiempo dictará sentencia.

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