Opinión | LA PELOTA NO SE MANCHA

Las batallas y las réplicas de Max Svensson

Max Svensson celebra su gol en la primera vuelta al Racing de Ferrol

Max Svensson celebra su gol en la primera vuelta al Racing de Ferrol / CARLOS PARDELLAS

Max Svensson pisa el césped de Riazor y nada es igual. Es intenso, es electricidad, es un jugador que genera continuas réplicas en el partido, en el deportivismo. Lucas y Quiles se frotan las manos, los defensas cabecean, la grada se levanta. Hasta Óscar Cano, siempre conservador, se niega a regatearle los minutos, a evadirse del riesgo. El reloj señala la hora de juego y es su momento. Lo pide el partido, lo exige la afición. Los duelos en rescoldos se avivan, todo cobra una segunda vida. Así ha sido en los últimos encuentros en casa, así ha revitalizado el técnico a un equipo exhausto, ahogado y ofuscado, pero aún en pie. Un agitador que da espacio y sentido a una plantilla confeccionada para jugar al toque, entregada a la combinación y al tuya-mía. Él rompe, él choca, él estira defensas, él libera a todos. No afinará un control, pone al equipo a andar. El verso suelto que permite que todo encaje. Al igual que pasó hace un año con Mario Soriano, llegó el 31 de agosto, a préstamo, en la sombra y en el medio de críticas a la secretaría técnica por no haber apostado por el vivero de Abegondo. Se pasó el primer tramo de la temporada haciéndole la horma al banquillo. Pero el tiempo no ha hecho más que darle valor a su fichaje. Óscar Cano lo puso a jugar el primer día que llegó y solo lo sentó con la llegada de Lucas Pérez por Navidad. Semana a semana, no le va a quedar más remedio que devolverle al once, cambiar el dibujo o lo que haga falta. Max Svensson es incontenible, es imprescindible.

En un equipo hecho para jugar al pie, es liberador y agitador, el que hace que todo cobre sentido. Nadie imaginaba tal peso

La misma fe que suele poner el hispanosueco en cada jugada fue la que lució el Dépor en todo el partido ante el Fuenlabrada. A cada golpe, ponía el pecho, se levantaba y lanzaba su derechazo. Guardia abierta, puño cargado. Inmune a los avatares y a las fatalidades, se peleó con Iban Salvador, con sus propios errores y con las machaconas urgencias. Lidió con todo, porque Riazor le empuja, porque es el patio de su casa, el que le da toda la confianza que pierde al abandonar A Coruña. Siempre gana con la portería a cero y perseverando hasta derribar la resistencia con un gol. Esta vez fue diferente. Notó su fragilidad atrás, también sintió su finura cuando atacaba y presionaba arriba en modo manada. Tocó entrar en la distancia corta. La segunda parte ya fue diferente. Supo resistir, esperar su momento, ese en el que Max Svensson entra, oxigena a todos y Lucas se escapa a la banda para asistir otra vez a Quiles. Si el Deportivo, cada vez que juega fuera, pudiera llevarse en el autobús un poco de esa determinación que luce a borbotones en Riazor, estaría a un paso de Segunda División. Hasta ahora la historia se ha escrito de otra manera. Está a tiempo de darle un giro de guion y cerrarla con un final bien diferente.

Le esperan el Racing y Ferrol este fin de semana. Es un derbi a dos velocidades, con sentimientos desacompasados. El bando verde anhela el premio por conquistar, tiene afrentas que vengar y cobrarse. El Dépor, más personalista, se centra en sus problemas y en su presente, no tanto en lo que le debe la historia. Hasta le abruma cierta sobreactuación rival. Todo por una victoria blanquiazul fuera de casa, todo por ser el equipo que lleva tiempo queriendo ser. El Deportivo no se desgasta en batallas, en preparativos, piensa tan solo en cómo ganar la guerra y jugando así fuera de casa...

Cano lo puso a jugar el primer día que llegó y solo Lucas lo sentó. Semana a semana, se rebela a un suplencia segura

A Malata va a vivir la mejor entrada de su historia reciente. Esa necesidad ferrolana de ganarle como sea al Dépor es, en parte, añoranza por esos cuarenta años en los que no se pudo medir de igual a igual. No lo soporta, lo necesitaba. Los derbis de las rías, tras décadas en barbecho, se están reseteando, están construyendo palabra a palabra el relato de su era moderna. Aún necesitan una pizca de normalidad, de cotidianeidad para poder paladearlos de verdad, para que asienten, para que las calles y la grada sean una fiesta, para generar cierta convivencia. Un clásico por cuajar, con un potencial enorme.

Entre la pepita y el oficio

El Deportivo celebró en diferido 111 años después su séptimo título, la Copa de España de 1912. Es, en realidad, el primero cronológicamente, el que estrenó su palmarés sin él saberlo. Es otra cabriola más de la historia del Dépor: haber tenido más de un siglo una copa nacional en uno de sus cajones. Una línea más de un anecdotario blanquiazul tan cargado como sus vitrinas. Pocos clubes se lo pueden permitir, pocos son capaces de seguir ganando, mientras están en la tercera categoría nacional.

El Racing-Dépor se vive a dos velocidades en A Coruña y Ferrol, es un clásico revivido y aún por asentar

El valor de esa copa tan pequeña como importante ve la luz gracias a la investigación del periodista Rubén Ventureira. Haber rescatado ese título es como haber encontrado una pepita de oro. El hallazgo acapara los focos y es imposible que no lo haga. Pero el mérito es haberse pasado una vida entera filtrando el río, dejándose los ojos por un afán divulgador y didáctico, sin ni siquiera imaginar que tal premio esperaba en el tamiz. Mérito suyo y de todo aquel que se sienta en deuda con la historia. Todo por rescatar los recuerdos, porque nada se pierda entre la tradición oral y el polvo de las hemerotecas, por darle una verdadera dimensión al Dépor en una labor oscura, nunca lo suficientemente agradecida. Cuidarlo así es también hacer club, es hacer deportivismo.

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