Opinión | De un país

Lo que votamos el 28-M

El Partido Popular lleva tiempo advirtiéndonos de que votar al PSOE en las elecciones municipales es votar a Pedro Sánchez. Los electores, a medida que se asienta la práctica democrática, tendemos a interpretar cada convocatoria electoral en función de su justo ámbito e intereses correspondientes. Que se lo digan, por ejemplo, a Abel Caballero y al PSOE en Vigo, donde no hay forma de trasvasar la fartura de uno a las precariedades del otro. Los candidatos a las alcaldías aprenden pronto que la personalización de la política tiene en los municipios, con toda probabilidad, el origen de su masoquista sinvivir.

Es poco objetable que Sánchez tiene hoy un atractivo entre la ciudadanía superior al de sus siglas y, por lo tanto, lejos de ser un lastre para el conjunto del PSOE, su figura es un activo no desdeñable, pero sí secundario, en la motivación electoral para nutrir las corporaciones locales con ediles socialistas. Y si esto es así, como demuestra cualquier estudio demoscópico que se precie, ¿por qué el PP pensaría que traer la memoria del apolíneo Sánchez diluiría la intención de voto a las listas socialistas locales?; ¿piensan, acaso, que la política local, concreta, deba ceder el paso a los abstrusos asuntos de Estado? o, en última instancia, ¿se debería votar a los candidatos populares locales en función de la conveniencia de Feijóo?

El PP, un partido vertical, piensa en las elecciones generales de finales de año obviando un tanto la elección de las nuevas corporaciones locales y los parlamentos en doce comunidades autónomas del artículo 143 de la Constitución, todas salvo Castilla y León y las históricas. A efectos estratégicos, arrebatar al PSOE alguna de las comunidades que hoy gobierna —¿quizá la valenciana?— supondría un apreciable golpe de efecto que los votantes ahora huérfanos de Ciudadanos —nada menos que 1,8 millones en las municipales de 2019— pueden facilitar. Todo ello mediatizado por la evidencia de que el aterrizaje fulgurante de Feijóo al frente del PP, hace justo ahora un año, ha recortado su inicial impulso y encantamiento.

El 28-M, por fortuna, no se vota por Sánchez o por Feijóo; lo haremos mayoritariamente por los mejores candidatos locales, con independencia de sus siglas que, por cierto, muchos de ellos tratarán de escamotear. Quizá por esta dilución de lo partidista, las entidades locales muestran, con carácter general, un alto nivel de estabilidad política mientras se amplían sin cesar los servicios efectivos al ciudadano y se realiza un razonable ejercicio de gobierno. Y sin endeudamiento.

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