Opinión | El correo americano

Síndrome de abstinencia

El despido fulminante de Tucker Carlson ha dejado a un montón de gente desconcertada. Especialmente a sus espectadores, quienes lo siguen como a un telepredicador que no cuenta noticias sino verdades reveladas. Fox News decidió que este presentador ya no encaja en su plantilla. Se fue, además, sin la despedida de cortesía con sus televidentes. Lo cual indica que, probablemente, no hubo acuerdo entre las partes. Carlson, en su último programa, no actuaba como si no fuera a volver nunca. Más bien al contrario. Parecía hablar con la tranquilidad del que sabe que su asiento está bien protegido, en una zona reservada.

Bien es cierto que Carlson llevaba demasiado tiempo haciéndose el outsider, considerándose un verso suelto del ecosistema mediático, olvidándose de que Fox News es mainstream media, como lo es CNN y MSNBC. Es decir, un negocio, no un think tank para difundir el programa de la derecha populista. Y que sus verdades reveladas sobre la corrupción de la América corporativa le costaban a la corporación americana alrededor de 20 millones al año. Pero todas esas contradicciones se cabalgan sin problemas mientras salgan los números. Entonces, ¿por qué decidió ahora Fox prescindir de su estrella más conocida y rentable?

De todas las teorías posibles, la que seguro no resulta creíble es la de que, en Fox, cansados de tanta conspiración, tanto odio y tanto racismo, decidieron enviar a sus ejecutivos al plató de Carlson a gritos de “¡qué escándalo, hemos descubierto que aquí se juega!”, como el Capitán Renault en Casablanca. Que el canal ha tenido un fingido ataque de conciencia. No. Lo más probable es que Tucker, como apuntan algunas informaciones, se haya pasado de la raya con los de dentro, con sus jefes, diciendo demasiadas cosas en esos mensajes de texto que Dominion amenazaba con presentar como evidencia en la demanda que interpuso a la cadena de Murdoch. Quizá se divisaban más demandas en el horizonte y Carlson estaba convirtiéndose en una carga. Quién sabe. Quizá.

Lo que sí está claro es que Fox normalizó en la televisión por cable estilos y comportamientos de grupúsculos mediáticos extravagantes y marginales. Lo hizo con Glenn Beck y lo ha vuelto a hacer con Tucker Carlson. Y cuando estos personajes ya no les resultan útiles, se deshacen de ellos, dejando tras de sí un peligroso precedente. Ahora los espectadores, acostumbrados a esas dosis de desinformación, de ese entretenimiento, de esa pornografía de la conspiración, ya no se conforman con la vieja propaganda.

El conservadurismo clásico es demasiado polite. Necesitan más de eso que Carlson les proporcionaba cada noche. Algo que los estimule. Gente a la que odiar y culpar por sus miserias. Una nueva teoría sobre “por qué todo está mal” en sus Estados Unidos de América. Más sobre los globalistas, sobre Soros, sobre cómo se está llevando a cabo “el gran reemplazo”. Más y más. Algunos se preguntan si es Fox el que necesita Carlson o si, por el contrario, es Carlson quien necesita a Fox. El problema, sin embargo, es lo que necesita su audiencia, la cual, amenazando con buscarse otro proveedor, quiere más de lo mismo y ya no lo tiene, sintiéndose abandonada, confundida y furiosa con su síndrome de abstinencia.

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