Opinión | Crónicas galantes

Drogas para mayores

A Pedro Sánchez le quitaba el sueño la mera posibilidad de incluir a Podemos en su Gobierno, pero no es el único que padece problemas de insomnio. España lidera el consumo de somníferos en el mundo con 110 dosis diarias por cada 1.000 habitantes: o eso sostiene al menos la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes.

No es el Gobierno, sino la edad, lo que tiene a millones de españoles en vela. Comenzamos a darle a las benzodiacepinas a los 35 años, como promedio; y a partir de ahí va creciendo el consumo de hipnosedantes. Es, por así decirlo, la droga del abuelo.

Otras son de consumo mucho más temprano. Si hemos de atender a las encuestas del Ministerio de Sanidad, lo primero que engancha por aquí a la gente es el alcohol y el tabaco, vicios en los que la población suele iniciarse a los 16 años y medio. Después está la maría, a la que se accede coincidiendo con la mayoría de edad, y todas las demás sustancias ilegales —cocaína, éxtasis, heroína y así— con las que los aficionados suelen debutar entre los 20 y los 21 años.

Conviene apresurarse a aclarar que este no es un país de colgados, ni mucho menos. Solo un 9 por ciento de la población admite consumir alcohol a diario, por más que las bulliciosas calles de los vinos inviten a pensar, engañosamente, otra cosa. Los insomnes y/o estresados que recurren a píldoras sosegadoras son casi tantos como los que le dan a la botella: un 7,2 por ciento. Y los aficionados al porro diario resultan ser tan solo un 2,8 por ciento.

Llama la atención, si acaso, que el consumo de sedantes se haya duplicado durante los últimos años, a diferencia de lo que ocurre con el alcohol, que va claramente a la baja; y con el tabaco, que más o menos se mantiene igual. De la coca, que es droga invisible, hay que tomar con precaución cualquier estadística.

En esto se conoce que la población, a falta de nacimientos, se está haciendo mayor y va perdiendo el sueño, además de los sueños. Parece lógico el correlativo aumento en el gasto de somníferos en las farmacias.

No es asunto que deba tomarse a broma, claro está. El sueño es bálsamo de las mentes heridas y alimento principal en el festín de la vida, según hizo notar Shakespeare por boca de Macbeth: aquel célebre insomne atormentado por el hambre de dormir. Y que, para más dolor, estaba casado con una sonámbula.

Más allá del insomnio, se podría pensar que muchos españoles están de los nervios; pero tampoco hay necesidad de politizarlo todo. Cierto es que en los últimos años nacieron partidos como Podemos o Vox que se alimentan del cabreo de la gente y resultan, por tanto, una invitación a las benzodiacepinas. Su propia condición minoritaria sugiere, sin embargo, que no son tantos como para influir de manera relevante en el consumo de pócimas sedativas.

Nada nuevo hay en esto. Allá a mediados del siglo XX, en tiempos del Innombrable, las amas de casa se ponían ya a tono con el optalidón, mientras los jóvenes recurrían a las centraminas para afrontar con mejor ánimo los exámenes.

Lo único que ha cambiado es la preferencia por los sedantes en lugar de los estimulantes. Normal. Vamos mayores y a ciertas edades ya solo se pide tranquilidad y buenos alimentos.