Opinión | Shikamoo, construir en positivo

‘Beach experience’: Querencias

Tengan ustedes muy buen día. ¿Qué tal les va? Pues ya ven el paso del tiempo, una variable que inexorablemente progresa, sin vuelta atrás. Porque aquí estamos, sin prisa pero sin pausa, ya a las puertas del verano. Una estación que a nadie deja indiferente, por lo intenso de muchas de sus emociones y experiencias, de forma que el estío te gusta mucho... o nada. Y ya les he contado más de una vez que en mi caso es la última de las estaciones. Prefiero, como primera, el otoño, por sus colores y su especial luz. La segunda es la primavera —explosión de vida— y la tercera, el invierno, por la quietud y los paisajes. Por último, entonces, el antedicho verano. Y no porque no me guste la playa, que de hecho disfruto todo el año haciendo deporte, paseando y bañándome en el mar. Es más bien porque, precisamente, fuera de los meses de julio y agosto los arenales a la orilla del mar están, para mí, mucho más bonitos. Y en zonas como la nuestra, con grandes atractivos para los turistas, a veces las cosas se ponen en la temporada más alta un poco insoportables. Atentos a que la cosa no vaya a peor...

Otras razones por las que prefiero la playa fuera del verano son, primero, que fuera de la temporada alta se está más fresquito, y a mí el calor intenso me agobia mientras que llevo fenomenal el frío. Pero, además, en los meses de la canícula pasas de una experiencia de soledad en la arena, casi salvaje y en contacto con el mar y la naturaleza todo el año, a una algarabía que puede llegar a ser infinita, con olor a diferentes cremas solares, con miles de toallas formando un mosaico agobiante, juegos de todo tipo, gritos y otros inconvenientes. Me dirán ustedes, con mucha razón, que todos tenemos derecho al disfrute de lo que es común, y les aseguro que lo comparto. No lo niego y así lo reivindico. Pero, simplemente, expreso que mi preferencia, personal e intransferible, es optar por tal experiencia en épocas más tranquilas. Uno mismo... con su mecanismo.

Cada uno, ya lo ven, tiene una distinta forma de aproximarse al ocio que le interesa, lo que no deja de ser una expresión de la diversidad infinita. Es parte de la magia de ser todos muy iguales y, a la vez, muy diferentes. Por eso lo respeto todo... aunque algunas cosas me cuesten un poco más. Y es que hace unos días veía un reportaje en la televisión —uno de esos programas que analizan diferentes realidades cotidianas en clave de periodismo de investigación— donde se veía cómo viven la playa otras personas. Y al margen de las presuntas corruptelas por desviaciones de la norma municipal que denunciaba tal programa en otras zonas de España, para mí la gran sorpresa es que haya personas que, para su disfrute en la playa, necesiten alquilar camas —¿camas?—, sombrillas de gran formato y hasta consumos mínimos de quinientos, seiscientos euros o más, en una suerte de alineamiento de tales objetos sobre la arena, que se me antoja insoportable. ¿Eso es para algunos de mis congéneres una experiencia de playa o, como dicen en los “chiringuitos” donde la ofrecen, una beach experience? No sé, pero toda para ellos... He visto que llegan a pagar lo antedicho y mucho más por tal disfrute... A mí no, gracias. Aunque me pagasen tales sumas. Prefiero la sencilla arena, la sal, el mar y una buena dosis de tranquilidad.

Volvemos así al tema de las querencias, de una pretendida sofisticación que termina rayando en el absurdo muchas veces, y que hace a determinados segmentos de personas decididamente vulnerables. Porque... ¿qué necesidad existe de vincular el disfrute en la naturaleza con tales prestaciones o servicios? ¿De verdad se creen ustedes que eso es lujo? Esto es, para mí, algo parecido a lo que me sucedió en Mykonos. Fui fuera de temporada y visité las famosas playas Paradise y Superparadise, que por lo demás y acostumbrados a lo nuestro, tampoco son nada del otro mundo. Lo peor sucedió cuando un animado guía local me explicaba que lo bonito no sucedía entonces, en octubre, sino en julio y agosto, con altavoces en toda la playa y personas apiñadas como sardinas, botando al unísono al ritmo de la música, animadas con no pocas dosis de alcohol y sustancias psicotrópicas. ¿Es eso la playa? Comprenderán ustedes que, desde mi sencillo punto de vista, no hay algo más horrible que lo descrito anteriormente. Si eso es playa para ellos... que la disfruten... Yo así no.

Tal corriente de pretendida sofisticación planea sobre lo que ha sido nuestro ocio de siempre, y en lugares como Ibiza ya es difícil, simplemente, disfrutar de la playa. Tal y como pasa en amplias zonas de Italia, por poner otro ejemplo de gentrificación en la naturaleza. Atentos ahora a la nueva moda de sacar el ocio nocturno de la discoteca y de la noche, con prácticas como arruinar el silencio, el paisaje y la convivencia con barcos llenos de personas viviendo al ritmo del “bum, bum, bum...”. Yo ya he sufrido un pródromo de esto en la ría de Ares... ¿Será esa la tendencia? Pues si no la cortamos ahora, dense ustedes una vuelta por otras zonas más castigadas por tales modas, y verán lo que nos queda... Querencias, absurdas vueltas de tuerca que engatusan a más de uno desde el marchamo de una pretendida exclusividad y sofisticación... Y un deterioro claro de nuestra vida y nuestro entorno.