Solo será un minuto

La cruz de Risto

Tino Pertierra

Tino Pertierra

Lo peor que le puede pasar a una persona que se dedica al mundo incierto y tormentoso de la evasión catódica es convertirse en un personaje prisionero de una imagen que no admite evasiones. Quizá sea Risto Mejide el ejemplo más rotundo de esta teoría, aunque no está solo en la plantilla de rostros más o menos famosos que se deben a su público, al público al que lograron atraer siguiendo unos patrones férreos de construcción de perfiles llamativos. De encantamientos que tienen mucho de impostura confortable.

El modelo de presentador malote que presume de sinceridad radical en sus juicios sobre el talento ajeno, sobre todo sobre la falta parcial o absoluta de él, es muy arriesgado porque exige grandes dosis de ingenio y una mala uva que no llegue a avinagrarse por exceso: es muy desagradable soportar a alguien que se pasa casi todo el tiempo con cara de enfado y lengua amartillada. Y cansino. Y si lleva mucho tiempo fomentando ese dibujo de personaje, es complicado, cuando no imposible, intentar cambiar algún trazo o demostrar que posee otro tipo de talentos más allá de fruncir el ceño y poner en la picota (a menudo con razón en el fondo) a aspirantes a una fama que les viene grande. Es su cruz y con ella cargaron y cargan otros súbditos de la popularidad pasajera que no se conformaron ni se conforman con ser reducidos a bustos parlantes con gustos y gestos implacables. Y cuando abandonan la zona de confort, casi siempre obstaculizados por un exceso de protagonismo y un ego invasivo (véase la irrupción en géneros informativos, entrevistas o atisbos literarios), se encuentran con la cruda realidad de un público que busca en ellos más de lo mismo para que no haya que modificar el catálogo de memes reduccionistas y abrasivos. Y vuelta a la casilla de salida.

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