Tragedias marinas

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

La mar ejerce una extraña fascinación que supongo que aumenta para los que somos isleños pues no me gusta vivir lejos de ella y la echo de menos cuando la vida me ha obligado a hacerlo. La veo azul y profunda, cambiando de color con las horas del día, siempre igual y siempre diferente como el fuego. Y al mismo tiempo una gran desconocida que inspira respeto a los marinos experimentados y cuyas simas nos resultan más extrañas, por inaccesibles, que el mismo espacio exterior.

En la antigüedad medieval se imaginaba el mar lleno de monstruos que acechaban a quiénes se aventuraban lejos de la costa, y hacía falta mucho valor para meterse en la Santa María y poner proa hacia lo desconocido. De ahí la fascinación por aventuras como 100.000 Leguas de Viaje Submarino o Moby Dick en compañía de los capitanes Nemo y Acab. O, ya en los años sesenta, por el explorador Jacques Cousteau que nos hacía accesibles las profundidades marinas con sus escafandras mientras todavía hoy emergen en las costas canarias cadáveres de calamares de muchos metros de longitud que evocan al temido Kraken de las leyendas nórdicas. Y mientras los océanos crecen como consecuencia del deshielo de los casquetes polares fruto del calentamiento global, afectando al ecosistema, alterando la geografía costera e, incluso, amenazando con hacer desaparecer a muy corto plazo algunas islas-Estado del Pacífico, siguen guardando en su seno muchos secretos que nos esforzamos en desentrañar: algunos buscan depósitos de valiosas tierras raras o yacimientos de petróleo o de gas y llegan casi a las manos por su causa como ahora sucede en el Mediterráneo oriental, mientras otros buscan tesoros sumergidos durante siglos, de buena fe algunos y de mala fe, otros, como aquella compañía Odyssey norteamericana a la que los tribunales obligaron a restituirnos los restos expoliados de la fragata Mercedes. El mismo Mediterráneo está literalmente lleno de precios que nos dan mucha información sobre la historia y las rutas comerciales de antaño, permitiendo estudios tan abrumadores como el que hace Abulafia en su monumental The Sea.

Esta semana el mar ha sido triste noticia por varias tragedias que han tenido lugar en el Atlántico y en el Mediterráneo. El pesquero Andriana con unos 700 desdichados que iban hacinados a bordo, como muestran las fotos, sobrepasando su capacidad y sin medidas de seguridad, se ha hundido cerca de las costas griegas donde no es la primera vez que ocurre una catástrofe de grandes dimensiones, cuando gentes desesperadas son empujadas por desaprensivos traficantes a embarcar en buques que simplemente no reúnen las condiciones para intentar la travesía. Gentes que escapan no ya de la miseria sino la falta de esperanza, que es mucho peor, cuando no lo hacen empujados por guerras inhumanas que han destruido el mundo miserable en el que habían hecho su hogar. Pienso en Sudán donde dos espadones se reparten con indecencia los despojos de un país al que además no llegan el trigo o los fertilizantes que la guerra de Ucrania bloquea en los puertos.

Según Acnur hay 35 millones de refugiados en el mundo y muchos más desplazados (90 millones). A nadie le gusta emigrar, los que lo hacen tienen motivos muy fuertes. Ha habido otra tragedia en las aguas que separan Marruecos de Canarias, donde parecen repuntar las llegadas de pateras después de que se redujeran puntualmente tras la luna de miel que siguió al apoyo del presidente Sánchez al referéndum que Rabat propone para solucionar el problema del Sáhara. En este mes de junio están llegando allí una media de 100 inmigrantes diarios. Y algunos no lo consiguen. La otra tragedia es muy diferente aunque también lo sea. Un piloto y cuatro personas que habían pagado 250.000 dólares cada una para descender cuatro mil metros y contemplar de cerca los restos del Titanic han fallecido al no poder el mini submarino Titán que les llevaba aguantar la presión del agua a esas profundidades. Repito, es también una tragedia y casi alivia pensar que su muerte ha sido instantánea y no han fallecido asfixiados en ese sarcófago marino que hubiera sido el sumergible. Pero no puedo evitar escandalizarme ante la diferencia de medios y de atención mediática con que se han tratado los casos del Andriana y del Titan. Todos están hoy muertos, unos mientras se divertían y los otros mientras buscaban un futuro. Descansen en paz.

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