360 grados

Algo está pasando en África y no gusta a Occidente

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Sí, algo está sucediendo últimamente en África, algo que no gusta nada a Occidente y en especial a sus antiguas potencias coloniales como Francia o Gran Bretaña.

Los militares se revuelven contra gobiernos democráticamente elegidos como el de Níger, pero a los que sus ciudadanos acusan de estar más interesados en defender intereses económicos y políticos ajenos que los de sus pueblos.

De no ser así, ¿cómo explicarle el apoyo popular que ha encontrado, a juzgar al menos por las escenas de júbilo que uno ve en la calle, la junta golpista nigerina?

Ese país y los otros en los que se han producido en los últimos años golpes de Estado como Malí, como Guinea o Burkina Faso tienen algo en común: los pronunciamientos parecen recoger las demandas populares.

Otra cosa es cómo puedan derivar más tarde. Occidente quiere decidir en cualquier caso qué golpes militares son admisibles y cuáles no, y el de Níger pertenece a esta última categoría.

Disgusta especialmente la aparición de banderas rusas, que hacen sospechar a algunos que el país de Vladímir Putin o al menos el grupo de mercenarios Wagner pudiera estar detrás de lo ocurrido.

Curiosamente, Estados Unidos no quiso sumarse desde el principio a esa versión pese a enviar a la secretaria de Estado adjunta y conocida neocon Victoria Nuland a la capital nigerina para presionar a la junta.

EEUU, que tiene también tropas en ese país, no puede dejar sola a Francia, que tiene allí fuertes intereses, entre otros, el suministro regular de uranio para sus centrales nucleares.

La superpotencia está demasiado implicada en otras guerras como las de Siria o Ucrania y en los preparativos para un posible conflicto militar con China en torno a Taiwán como para dedicar demasiado tiempo a lo que sucede en Níger.

Algo parecido le sucede a Alemania, que mantiene también en ese país un contingente militar, pero cuya mayor preocupación en este momento es contribuir al rearme de Ucrania frente a la Rusia de Vladímir Putin.

La otra gran ex potencia colonial junto a Francia, Gran Bretaña, parece temer sobre todo que el efecto que esos movimientos puedan tener en un país vecino del tamaño y la importancia económica de Nigeria.

Un país, este último, que se enfrenta no sólo al desafío de grupos terroristas yihadistas como Boko Haram o el Estado islámico del África Central, que actúa en toda la región del Sahel, sino que tiene además una realidad económica difícil por el efecto conjunto de la inflación, la deuda y la falta de crecimiento pese a su principal producto: el petróleo.

La Comunidad Económica de Estados de África Occidental, a la que muchos acusan de defender los intereses de las antiguas potencias coloniales, hizo en un primer momento un ultimátum a la junta militar nigerina para que libere al presidente del país, Mohamed Bazoum, y restablezca el orden democrático.

Pero hay diferencias entre sus miembros sobre la conveniencia de lanzar una operación militar contra Níger, que provocaría un auténtico incendio.

Mahammat Idriss Déby, presidente del Chad, país, sin embargo, muy ligado a Francia, que llegó al poder de forma irregular en 2021 , visitó recientemente Níger y aseguró a su junta militar que no participará en ningún ataque conjunto a ese país.

Y otro país de ese grupo, Senegal, atraviesa una situación interna complicada por la detención, por supuesta violación de una joven, del líder opositor Ouasmane Sonko, un político que denunció las prácticas corruptas de sus elites.

Francia no puede permitirse abandonar África humillada, pero al mismo tiempo una intervención militar en Níger podría provocar una guerra interétnica en las banlieues de sus ciudades, pobladas por la tercera o cuarta generación de inmigrantes.

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