El ginecólogo

Carmen Martínez Fortún

Carmen Martínez Fortún

No conoce mujer a la que la visita al ginecólogo no agobie, por usar un eufemismo. Durante años la sabiduría y delicadeza de su doctor compensaron la costosa consulta. Superada la edad problemática llegó el momento del seguro. La cosa empezó mal. Tras tres cuartos de hora, preguntó. Tenía que haberse adentrado por el pasillo, pero no lo ponía en ningún sitio.

–No sé si el doctor se habrá ido, —le advirtieron, pero el doctor estaba. –La hemos llamado un montón de veces. –Lo siento, culpa mía, —o no, —piensa y calla. Por fin entra disculpándose sudando y dando su reino por una toallita, pues mil circunstancias adversas se conjuran contra la pulcritud de la zona que tiene que desnudar delante de un perfecto desconocido.

El desconocido corta sus disculpas y sin mirarla siquiera pregunta: edad, embarazos, enfermedades. Bueno es suficiente. Pase. La amable enfermera la adentra hacia el potro de tortura. Ni un bidé, ni toallitas.

–Desnúdese de cintura para abajo, y desabróchese el sujetador.

–¿No tiene unas toallitas? —Olvida las de su bolso. –Es que he sudado.

–Tome este empapador.

Vencida de antemano se encarama en la camilla en posición ominosa con las pantorrillas en equis forzada (¿acaso hay otra forma de mostrar el origen del mundo?)

Llega el médico que ni siquiera la ha mirado a la cara.

–Baje el culete.

Y tras hurgar lo que tiene que hurgar. –Aquí hay un mioma sin importancia —viene lo peor. Intenta explorar las mamas, pero ella, en postura ultrajante no se ha subido la camisa.

–¡Los pechos, descúbrase los pechos! —urge impaciente.

Sigue sin mirarla. –Todo normal. Se va. Luego, siempre luego, piensa que tendría que haberle dicho algo, por favor no me hable así, o soy una persona y usted no es un veterinario o quiero asearme. Nada. Se pregunta en qué momento un médico por muy hombre que sea pierde la empatía y olvida el estrés de la mujer a la que atiende, tumbada, inerme ante él en su desnudez indefensa.

Y también qué pensará la joven y amable enfermera y por qué las cosas siguen siendo así. Al menos puede elegir no volver. Otras no pueden.