La espiral de la libreta

Curro Jiménez y la eventualidad de una amnistía

Olga Merino

Olga Merino

Zapeando en el bochorno cairota de la noche, tropecé hace unos días en La 2 con Curro Jiménez, la mítica serie encabezada por el actor Sancho Gracia, cuya reposición ha coincidido casualmente con el thriller que protagoniza en Tailandia su nieto, acusado de haber descuartizado a un cirujano colombiano. Me quedé enganchada. A Curro. Lo que son las cosas; se auguraba que este iba a ser el Verano azul de Chanquete tras las elecciones del 23-J, pero hemos acabado cabalgando por cerros de Úbeda y otras serranías, trabuco en ristre y con una manta estribera para los fríos (metafóricos) de las investiduras.

Los más veteranos del lugar recordarán que la serie bandolera se estrenó en el tardofranquismo, en concreto el 22 de diciembre de 1976, pocos días después de que las Cortes franquistas se hicieran el haraquiri. Como no había mucho donde elegir, el país entero se paralizaba los domingos por la noche, cuando la emitían, para seguir las andanzas de aquella partida de cuatreros que se había echado al monte para hacer justicia.

Se trataba de un artefacto televisivo bien armado, un wéstern hispano en su paisaje y paisanaje: el Bueno (Curro), el Feo (El Algarrobo, Álvaro de Luna) y el Guapo Malote (El Estudiante, Pepe Sancho), que le dio la vida mártir a la gran María Jiménez. El Fraile cayó enseguida y lo sustituyó El Gitano.

El indulto

Me quedé pillada, digo, y la noche del descubrimiento me tragué cuatro episodios de una tacada, incluido uno que llevaba por título El indulto, dirigido por el cineasta Mario Camus. En el capítulo en cuestión, Fernando VII envía un emisario a Curro Jiménez para ofrecerle el perdón a cambio de combatir contra los liberales que se rebelan contra el despotismo. Curro dice que nanay; al final, tras ayudar a regañadientes a los liberales, le dice con sorna a su líder: “Si alguna vez llegáis al Gobierno, no te olvides de ofrecerme un indulto”. Ay.

La serie fue un exitazo. Duró cuatro temporadas seguidas y su inolvidable sintonía, compuesta por Waldo de los Ríos, acompañó a los españoles que votaron en las primeras elecciones democráticas y a los padres de la Constitución mientras cepillaban el artefacto. El mismo texto cuyas costuras pone ahora a prueba la amnistía de Puigdemont.

Aún no ha pasado nada y ya está el corral patas arriba: Aznar, la FAES, el basta ya, la contrarréplica importuna del golpismo y el levantamiento popular, la insistencia en la unilateralidad ultramontana. Podría hablarse de la supuesta amnistía con calma y prudencia, pero no parece aconsejable como moneda de cambio para una investidura. Aquí somos muy del Oeste, como en Curro Jiménez, de paisaje polvoriento, gatillo rápido y de colgar a quien piensa distinto del primer nogal. Y así no hay forma.

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