Las grietas del muro

Rosa Paz

Rosa Paz

En 2007, los agricultores de una pequeña aldea de Cisjordania solicitaron que la barrera que separaba las parcelas de sus viviendas se abriera diariamente. Hacía cinco años que Israel había levantado el muro y solo se les permitía acceder a su propiedad dos veces a la semana. Su petición fue rechazada. El año pasado volvieron a pedirlo. La respuesta vino del Ejército: planeaban hacer la puerta “estacional”. Abrirla solo dos veces año, para arar y recoger aceituna.

Basta esta anécdota para comprender la asfixia de la ocupación israelí de Palestina. Una rutina de sufrimiento que la periodista Amira Hass recordaba esta semana en el diario israelí Haaretz: “Muerte, crueldad, niños asesinados, asedio, miedo…”. Un catálogo destructivo que el cruel ataque de Hamás concentró en un sábado apocalíptico. ¿Cómo ha podido pasar?, fue la pregunta más repetida las primeras horas. Se apunta a un grave fallo de inteligencia y a un exceso de confianza en la inexpugnabilidad de un sistema de seguridad basado en muros y vigilancia remota.

Buena parte de los israelís creyeron que el conflicto estaba contenido tras el muro. Los mismos muros y barreras electrificadas que han llenado el mundo de cicatrices: EEUU, Sudáfrica, Zimbabue, Tailandia, Brunéi, China, Arabia Saudí, las mil vallas de Europa. A un lado, la pretensión de la seguridad. Al otro, la violencia para quien trata de traspasarlos.

Como apunta la filósofa Wendy Brown, los muros generan una “fantasía de impermeabilidad”. Escenifican un control de limitada efectividad, pero conforman la sociedad. Al tratar de bloquear lo exterior, también cierran el interior. Definen un ellos y producen un nosotros reaccionario. Psíquica, social, políticamente, los muros fomentan “una forma de vivir encogida y empequeñecida”. Son un aura arrogante del poder.

Netanyahu afirmó en 2016 que quería vallar el país para “defenderse de las bestias salvajes”. Hamás ha dado el zarpazo porque la seguridad israelí estaba convencida de su superioridad humana. Había perdido la capacidad de ver, como si el cemento fuera un espejo de su fortaleza. Si el muro pretendía ser una performance espectacular de poder, Hamás ha cometido una insoportable teatralización del horror. Hoy, la dramática de la destrucción continua en los bombardeos sobre Gaza.

Sin paz no hay seguridad, se repite estos días. Y la paz es pacto y trabajo. También mirarse a los ojos y tratar de comprender. Nada que el cemento ni las alambradas puedan resolver. Ahora tenemos la terrible certeza.