El año del elector

Óscar R. Buznegro

Óscar R. Buznegro

Comienza un año de elecciones. Medio mundo será llamado a votar. En torno a cuatro mil millones de ciudadanos podrán elegir presidentes, parlamentarios y representantes locales en unos setenta estados. Nunca antes han tenido lugar tantas citas electorales en un solo año. El récord bien merece un brindis, dado que el acto de introducir una papeleta en la urna es la imagen icónica que simboliza como ninguna otra la democracia moderna, la forma política preferida por una mayoría. El ejercicio del derecho de sufragio libre e igual es la prueba definitiva de la naturaleza democrática de un sistema político. Que el procedimiento electoral a la hora de seleccionar a los gestores públicos tenga cada día más adeptos implica que los ciudadanos quieren ser ellos los que digan la última palabra en materia política.

El voto decidirá en la India, el país más poblado, Estados Unidos, el más rico, y la Unión Europea, la estructura supraestatal más democrática, el inmediato futuro político de sus poblaciones y, en buena parte, del mundo entero. Es así, aunque también sea cierto que un tercio de las convocatorias se harán bajo regímenes catalogados como autoritarios o híbridos, tal es el caso de Rusia, Irán y Venezuela, donde votar no es sinónimo todavía de elegir. Muchos países no reúnen aún las condiciones que posibilitan la celebración de unas elecciones íntegras. En Ucrania, es probable que se pospongan, algo que en una democracia no debe ocurrir, por la guerra.

La democracia tiene un carácter expansivo, pero es una eterna promesa, un trayecto sin destino fijo hacia un ideal en el que a lo sumo se alcanzan logros parciales. En ese periplo, la mayor gesta ha sido el sufragio universal, reconocido por ley tras vencer fuertes resistencias. De una u otra manera, el cuestionamiento de la capacidad de hombres y mujeres considerados comunes para decidir sobre los asuntos políticos ha estado siempre en el centro de la discusión sobre la democracia. En la actualidad, se debate si deben votar los inmigrantes, a partir de qué edad debieran poder hacerlo los jóvenes y si no sería conveniente estratificar a los electores según su cualificación política.

Nos preguntamos qué es lo que votamos en realidad. La aspiración democrática a un voto bien informado, con criterio y ponderado se ve dificultado por la desinformación que nos rodea, el agobio propagandístico, la desconfianza generada por la falta de compromiso de los políticos con lo que prometen y la polarización con la que se procura presionar al elector para que mantenga la disciplina de voto. Este maremágnum debilita el espíritu democrático y desalienta al ciudadano, con el riesgo de que se deje llevar por la indiferencia y se abstenga en las elecciones o vote por fuerzas antisistema. Es lo que está sucediendo. En las últimas tres décadas la participación electoral en las democracias avanzadas ha caído una media de diez puntos, en las democracias poscomunistas del este de Europa el doble, y los partidos populistas, aquí de la derecha radical nacionalista, allí de la izquierda, prosiguen su avance.

En España también tendremos elecciones y serán igualmente decisivas. Nuestro país presenta un panorama político singular en la Unión Europea. El resultado de las elecciones europeas nos permitirá calibrar de nuevo el grado de acuerdo de los ciudadanos con la actuación de Pedro Sánchez, algo dubitativo en los gestos, pero decidido en el fondo a continuar la línea trazada en 2016, y el apoyo con que cuentan Vox y Sumar. Las elecciones gallegas y vascas, a la espera de las catalanas, adquieren en esta ocasión una relevancia especial. Nos indicarán el sentido en que evolucionan los nacionalismos periféricos y la posición de influencia que podrán ejercer en la política española.

El voto puede estar equivocado, aunque no necesariamente por votar a la izquierda, como sostuvo Vargas Llosa dando pie a una encendida polémica, pero es inapelable. El mundo aguarda la decisión de los electores. Hay mucho, y muy esencial, en juego. Estaremos pendientes del escrutinio de las presidenciales en Estados Unidos. Los sondeos preliminares otorgan una clara victoria a Trump, un político sui géneris, antidemócrata, y se teme que un segundo mandato suyo traiga peores consecuencias que el primero, por el que está sometido a varios procesos judiciales. Estados Unidos, la Unión Europea y España viven momentos críticos. Medio mundo vota y las democracias del mundo entero, nerviosas, tiemblan.

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