Opinión | Error del sistema

A esos padres que rompen con su infancia

A los que crecieron oyendo el aquí mando yo o el esto, porque yo lo digo. Y cállate, niño, que tu padre está hablando. A los que se criaron viendo cómo la madre cocinaba o limpiaba o zurcía o se levantaba de la mesa constantemente para traer una cosa o la otra. Esto está frío, mujer. ¿Otra vez pollo? Un poco más de sal. Y sube la tele. Y esta gaseosa ha perdido gas. ¿Podéis callaros de una vez, niños? Ni los domingos puede uno comer tranquilo.

A los que fueron educados en el ordeno y mando de su padre y el shhhh, que no se entere papá de su madre. Era ella la que consolaba al niño cuando tenía pena o le ponía tiritas en la rodilla o preparaba un caprichito para la cena o le hacía cosquillitas para despertarlo o le dejaba quedarse en casa cuando le dolía la barriga. Pero tú calla, que no se enfade papá.

A los que se rebelaron contra el mantra de que las cosas siempre han sido así. Y se dejaron crecer el pelo o la barba y cosecharon broncas o silencios llenos de reproches. Los que escucharon la música demasiado alto o leyeron demasiado o salieron demasiado o se comprometieron demasiado. También a los que callaron, porque tenían miedo o no encontraban las palabras o solo querían huir de allí. Y ahora agacha la cabeza y muérdete los labios.

A los que oyeron que el hombre era el señor de la casa. Los que escucharon las broncas con sus hermanas, porque ellas no, ellas no podían salir con cualquiera ni llegar tan tarde ni comportarse de esa manera. Y quítate esa falda o abróchate la blusa. ¿Cómo las dejas salir así, mujer?

A los que, un día, se fueron de casa. Y vieron cómo la democracia se consolidaba. Ahora este gobierno, ahora el otro. ¡Cuántos años de trajes y corbatas! Hombres en las páginas de los diarios, en los despachos de su trabajo, en los anaqueles de su librería. Hombres que saben, hombres que cuentan. Y mujeres que luchan.

A los que, un día, tuvieron hijos. E hijas. Y, cada 19 de marzo, empezaron a recibir manualidades por el día del padre. Un frasco de yogur o una piedra pintada, un rollo de papel decorado con papelitos de colores, un dibujo precioso con un Papá bien grande. Y se descubrieron haciendo cosquillas o cocinando los macarrones preferidos de la niña, con doble ración de queso. Y la nena será médica, matemática, escritora o astronauta.

A todos esos padres que, pudiendo elegir, decidieron romper con el disco rayado de su infancia. Los que se apearon del trono, limpiaron el polvo del reino y empezaron a poblar las librerías con nombres de autoras. Los que hicieron cursos acelerados de feminismo y, aunque aún se pierden un poco, al menos se reconocen como alumnos. Los que han dejado de dar codazos y hacer aspavientos y ya no pretenden ocupar todo el espacio. Los que saben que un monólogo no es una conversación. Los que ya no quieren aquel pasado para el futuro. Al fin, a esos padres que decidieron romper a martillazos el molde del aquí mando yo y renunciaron a una herencia que también era, sobre todo, una prisión.