Opinión | Crónicas galantes

El Gobierno te vigila

Lo habitual es que la gente hable mal del Gobierno, cualquiera que este sea, cuando se reúne en los bares. Menos lógico parece que el Gobierno haya adquirido la costumbre de poner a parir a sus ciudadanos, como sucede estos días en España.

Un ministro de los que frecuentan las redes sociales publicó el otro día, por ejemplo, unas imágenes en las que comparaba al intelectual Fernando Savater con la basura que se arroja a un contenedor. Se conoce que el filósofo disiente de sus ideas o simplemente le cae mal por cualquier otro motivo.

También la ministra de Hacienda se explayó en público sobre las propiedades inmobiliarias de un particular y el modo en que las había adquirido; si bien aclaró que solo decía lo que había leído en los medios. Efectivamente, el ciudadano en cuestión está siendo investigado por el departamento del que es titular la ministra, que niega ser la autora de la filtración.

En rigor, esto no es novedad. Otro ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro —en este caso del PP— fue acusado de revelar datos privados por un entonces dirigente de Podemos, Juan Carlos Monedero. Sorprende aún más que también el expresidente José María Aznar llegase a anunciar una denuncia por revelación de datos tributarios que, al parecer, apuntaba a este que fue su ministro antes de serlo con Rajoy.

Siempre habrá quisquillosos que se sientan amenazados por los alardes de poderío de quienes mandan frente a sus mandados. Igual no les falta razón.

El Gobierno, como es lógico, dispone de muchísima información sobre los ciudadanos. Se da por hecho que no la utilizará contra ellos; aunque conviene no estar tan seguro a la vista de lo que está pasando (y de lo que pasó anteriormente).

No ha de ser agradable, desde luego, que los ministros te manden al cubo de los desperdicios en Twitter —llámale X—; o que comenten en público tus problemas personales con el fisco. Los más aprensivos interpretarán que se trata de actos de intimidación con los que los mandamases quieren advertir a sus administrados más díscolos sobre la necesidad de enterarse de lo que vale un peine.

Esta costumbre de atemorizar con el ejemplo la inauguró hace ya muchos años otro gobierno, al empurar con gran aparato propagandístico a Lola Flores por esquivar sus obligaciones con el Fisco.

Si eso hacen con la Lola de España, símbolo nacional, qué no harán con los pobres contribuyentes anónimos, se preguntaron entonces muchos ciudadanos. El aviso fue lo bastante eficaz, en todo caso, como para que la recaudación por IRPF aumentase notablemente en el siguiente ejercicio de declaración de la renta.

Lo de ahora es más inquietante, en la medida que el Gobierno se siente autorizado para señalar a aquellos ciudadanos que no sean de su gusto. Habrá que ir con cuidado a la hora de hablar (mal, naturalmente) de los que mandan, no vaya a ser que le caiga al atrevido una reprimenda sobre sus hábitos nocturnos o las multas que tiene sin pagar.

Bertolt Brecht profetizó todo esto con más gracia. “El Gobierno ha perdido la confianza en el pueblo”, decía el dramaturgo, “y, en consecuencia, lo lógico es que el Gobierno disuelva al pueblo y elija a otro en su lugar”. En ello estamos.

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