Opinión | 360 grados
La música, lenitivo universal para tiempos de guerra
No es pequeño empeño enfrentarse, uno tras otro, como acaba de hacer en la Deutsche Oper de la capital alemana el director escocés Sir Donald Runnicles, a dos gigantes de la música: Richard Wagner y Richard Strauss.
Y hacerlo en ambos casos con atención hasta al mínimo detalle de sus complejas orquestaciones, ya se trate del legendario Parsifal del primero como de Intermezzo, la nerviosa obra autobiográfica de su compatriota Strauss.
Se trata ciertamente de dos mundos —uno de leyendas y mitos medievales— otro, decididamente urbano y moderno, casi cinematográfico, sobre todo en la puesta en escena berlinesa.
Puesta en escena que permite al espectador, tras cada rápida escena, mientras se prepara el escenario para el siguiente y sigue sonando la partitura, ver proyectados como en una gigantesca pantalla tanto al director como a los miembros de la orquesta.
Una idea ciertamente original que ha gustado al propio Runnicles pues permite tanto a la propia orquesta como al auditorio ver y no sólo escuchar la música en el momento en que se ejecuta.
Wagner y Strauss son sin duda dos grandes, cada uno a su manera: el primero quería con su música, explica Runnicles, “transformar el mundo, hacer que lo viéramos a través de sus ojos y de sus ideas políticas”.
Para Strauss, por el contrario, la música es ante todo “entretenimiento”, “espectáculo”, lo que no significa que no esté interesado en los problemas del hombre contemporáneo, de la mujer emancipada como vemos en Intermezzo.
O que consiga transmitirnos en otras obras, como en El caballero de la rosa, esa sensación de la caducidad de la vida que uno tiene cuando ve cómo se divierten las generaciones que nos siguen y piensa con nostalgia en que él fue también joven.
Para Runnicles, que es director musical de la Deutsche Oper y tiene su propio festival en Jackson Hole, en el Estado norteamericano de Wisconsin, la música transporta a quien la escucha “a mundos adonde no es capaz de llevarle la palabra humana”.
“Su poder es tan grande porque va más allá del lenguaje”, explica el director escocés, quien no oculta al mismo tiempo su preocupación por los conflictos militares que hay hoy en el mundo.
Runnicles destaca la “valentía” de su colega Daniel Barenboim al fundar en 1999 con el intelectual palestino Edward Said la West-Eastern Divan Orchestra que reúne a jóvenes talentos musicales palestinos, árabes, israelíes y quiere ser al mismo tiempo un foro para el diálogo y la reflexión sobre el conflicto israelí-palestino.
“Soy músico, pero tengo al mismo tiempo como cualquier otro hombre un sentido de la justicia y la injusticia”, afirma Runnicles al ser preguntado por la violencia armada que uno ve en todas partes y el silencio de la diplomacia.
La música sirve, como cualquier otra manifestación artística, para recordarnos nuestra fragilidad, pero al mismo tiempo nos recuerda lo que, como humanos, tenemos todos en común.
Preguntado por la cultura woke y su influencia en las artes, Runnicles reconoce que se ha pecado muchas veces de “falta de sensibilidad” en el trato de las minorías, pero agrega que hoy “hay en cambio demasiado ruido”.
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