Opinión

Yonkis del ‘basado en hechos reales’

Mi reno de peluche se ha convertido en otro de esos fenómenos culturales a los que Netflix nos tiene tan acostumbrados. Se trata de una miniserie de siete episodios en la que su creador, el cómico británico Richard Gadd, narra en primera persona una experiencia vital muy truculenta: el acoso que sufrió por parte de una mujer mayor a lo largo de varios años, incidente que hizo aflorar en él un traumático pasado de abusos que afectó profundamente a cómo gestionó la relación con su acosadora.

En las cuatro semanas que han seguido a su estreno, Mi reno de peluche ha sido la serie de televisión más vista en Netflix. Se popularizó rápidamente en redes sociales, gracias en gran medida a sus giros inesperados, al peculiar enfoque tragicómico de la historia y al hecho de venir con la tarjeta de presentación del basado en hechos reales. Para muchos espectadores, el verdadero atractivo ha sido el misterio en torno a la identidad de los dos acosadores que se cruzaron en la vida de Gadd (y que él en todo momento oculta). El interés se ha traducido en innumerables acciones colectivas de investigación amateur para desenmascararlos. Los usuarios han rastreado la huella digital del creador y escrutado cada línea de diálogo, buscando un hilo del que tirar para dar con la identidad de esos dos personajes. En el caso de la protagonista femenina, el misterio duró bien poco. Una mujer llamada Fiona Harvey se presentó en el famoso programa Piers Morgan Uncensored declarando ser la persona en la que se inspira la protagonista femenina Mi reno de peluche. Es imposible no ver la semejanza entre Martha y Fiona, aunque ella, lejos de reconocer los hechos, aseguró que en la serie se la había difamado y que se planteaba seriamente demandar a Netflix.

Es curioso que un programa de televisión que trata de denunciar las consecuencias del acoso y la desprotección que sienten sus víctimas haya generado una reacción que, en muchos casos, bordea los mismos actos que la serie condena. Gadd, de hecho, ha tenido que defender públicamente a un destacado director de teatro que los seguidores de la serie habían puesto en su punto de mira. El anonimato digital se presta a esta perversión de tirar la piedra sin necesidad de esconder la mano, a alimentar toda suerte de teorías consparanoicas con o sin fundamento y a echar porquería sin prueba alguna, echando un poco más de ponzoña al estanque del morbo. El problema es que este tipo de público es particularmente valioso y las plataformas no quieren renunciar a él. La crónica negra de cada territorio se convertido en una manera de echar el lazo a los espectadores locales. Solo hace falta evocar los casos que acapararon titulares y horas de programación para alimentar el interés. El seguidor hace el resto. Esta audiencia, que ve compulsivamente, comenta y recomienda, es la mejor de las promociones.

Dice Richard Gadd que el éxito de la serie le ha pillado casi tan desprevenido como la histeria colectiva que se ha desencadenado en torno al personaje que describe. Pero, honestamente, ¿quién no querría ponerle cara y ojos a esa persona que, supuestamente, durante los cuatro años que duró el acoso le envió exactamente 41.071 correos electrónicos, 106 páginas de cartas, 744 tuits y unas 350 horas en mensajes de voz? Descubrir el aspecto del monstruo es un acto necesario para darle sentido a las historias más increíbles.

Como otros tantos creadores antes que él, Gadd no se ha planteado las consecuencias de contar una historia que no solo le expone a él sino también a terceros, como si el cambiar nombres, fechas y lugares fuese suficiente para preservar la intimidad. Pero su ingenuidad no le exime de su parte de responsabilidad. Él es quien ha puesto el foco y sembrado el camino de migas de pan. El resto lo han hecho los espectadores, con una curiosidad malsana que, tras la pantalla, tiende a percibirse como algo totalmente inocuo. Desenmascarar a quien se nos presenta como culpable se convierte en el pasatiempo predilecto de un público yonki del basado en los hechos reales.

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