Louis C. K. y la cultura de la cancelación

El documental ‘Louis C.K.: Perdón o no’ explora las repercusiones del escándalo de acoso sexual que el cómico protagonizó en 2017

Nando Salvà

¿Qué trato merecen aquellas figuras públicas que cometieron abusos sexuales y mostraron arrepentirse de ellos, y qué cuenta como un acto de contrición verdadero? ¿Debería cualquier transgresión de esa índole conllevar la muerte profesional? Si no, ¿cuánto se supone que tiene que durar la penitencia? ¿Y hasta qué punto conlleva su rehabilitación una negación de la de sus víctimas? Son preguntas que surgen de forma casi inevitable al hablar de lo que conocemos como cultura de la cancelación, y que resultan especialmente difíciles de contestar al hacerlo concretamente del caso de Louis C. K.

En noviembre de 2017 vio la luz un artículo en The New York Times en el que se acusaba al aclamado cómico estadounidense, creador y estrella de la magnífica teleserie Louis, de haber acosado sexualmente a numerosas compañeras de profesión. Que, más concretamente, se había masturbado enfrente de ellas o les había pedido hacerlo. Inmediatamente, C. K. admitió en un comunicado que los testimonios de aquellas mujeres en el diario eran ciertos y anunció que se iba a tomar un tiempo para, apartado de los focos, pensar en lo sucedido y aprender de ello. El documental Louis C. K.: Perdón (o no), dirigido por Caroline Suh y Cara Mones y recién estrenado en Movistar Plus, examina las verdaderas repercusiones que el escándalo tuvo para su carrera, para quienes se habían visto afectadas por su comportamiento y para el mundo de la comedia en general.

En pleno ‘MeToo’

Publicado en plena eclosión del movimiento MeToo, solo un mes después de que empezaran a salir a la luz los actos cometidos por Harvey Weinstein, el artículo del Times tuvo consecuencias inmediatas: compañías creadoras de contenido como Netflix, FX y HBO cortaron sus vínculos con C. K. y I love you, daddy, la película que él acababa de dirigir y protagonizar —y en la que se describe la relación sentimental entre una adolescente y un hombre de 70 años acusado de comportamientos inapropiados—, fue poco menos que borrada del mapa. Todas sus actuaciones y demás apariciones públicas fueron canceladas. Nueve meses después, sin embargo, ya estaba de vuelta sobre los escenarios de teatros y clubes de comedia, y no tardó en recuperar la popularidad y el favor de buena parte de su público en buena medida gracias a chistes que abordaban precisamente las acciones que habían conducido a su cancelación.

La película de Suh y Mones no defiende que C. K. tuviera que haber dejado de trabajar para siempre; más bien lamenta que ni él ni el mundo de la comedia estadounidense en general aprovecharan lo sucedido para hacer un examen de conciencia genuino. Para ello se sirve de fragmentos de entrevistas con figuras del mundo del humor, críticos culturales y las periodistas que desvelaron el caso, imágenes de archivo de actuaciones, titulares y publicaciones en redes y, sobre todo, los testimonios de tres mujeres que alzaron la voz: la cómica Jen Kirkman, que inicialmente señaló a C. K. en su pódcast, en 2015; la artista Abby Schachner, que posteriormente relató cómo había oído al cómico masturbarse mientras hablaba con ella por teléfono; y la cómica y periodista Megan Koester, una de las primeras personas en informar sobre el comportamiento de C. K. Todas ellas explican en el documental el escarnio y el descrédito, el acoso en redes y los perjuicios profesionales que sufrieron tras hacer públicas sus experiencias.

Honestidad confesional

Como la película deja claro, la proclividad del humorista a masturbarse en público había sido un secreto a voces, asumida con resignación tanto por su creciente poder en el mundo de la stand up comedy y en el de la televisión como por la honestidad confesional de la que hacía gala sobre el escenario, poniéndose a sí mismo en el centro de sus chistes a causa de sus compulsiones sexuales. Cuando las acusaciones emergieron, mucha gente pensó que no eran tan graves, sobre todo en comparación con los casos de Harvey Weinstein y Bill Cosby, y si bien C. K. inicialmente sufrió pérdidas económicas y humillaciones, en 2022 ganó un Grammy gracias a su monólogo Sincerely Louis C. K.

Suh y Mones trataron sin éxito de contar con su contribución al documental. Más llamativo resulta, eso sí, que no hayan participado ni las dos cómicas cuya confesión fue realmente la columna vertebral del caso mediático contra él, Julia Wolov y Dana Goodman, ni ninguna de las figuras más relevantes del humor que seis años atrás sí se habían posicionado en su contra. Puede que esa ausencia, como alguien sugiere en un momento de la película, se deba a que en el mundo de la comedia son muchos quienes tienen vergüenzas que esconder, o tal vez tenga que ver con la capacidad intimidatoria recuperada por C. K.

Hay quien sostiene, por otra parte, que el MeToo en EE UU ha perdido fuerza al contentarse con funcionar sobre todo como un mecanismo de búsqueda de venganza, manteniendo el concepto de abuso sexual asociado de forma igual de férrea a figuras como Weinstein y a aquellos miembros de la industria del espectáculo acusados de ghosting, infidelidades o flirteos excesivamente insistentes. En última instancia la única conclusión irrefutable a la que Louis C. K.: Perdón (o no) acaba llegando acerca de su objeto de estudio es mucho más simple: por deseable que resulte para muchos, cancelar de por vida a un artista que sigue gozando del favor masivo del público es completamente imposible.