Oficialmente se reconoce que los incidentes violentos en los miles de manifestaciones, que se han producido últimamente, únicamente alcanzan un 0,1%. Es decir, que a pesar de la que está cayendo, el personal en sus manifestaciones, escraches, concentraciones y otras aportaciones democráticas a la colectividad, se comporta con gran moderación y civismo. Cuando hay algún acto de violencia, por mucho que destaque y se haga destacar, es siempre minoritario y residual y está perfectamente prevista su sanción proporcionada en el Código Penal, lógica y adecuadamente gestionado por los jueces. Es más, incluso el inefable ministro de Interior nos ha informado de que, desde que Podemos ha llegado, se han reducido las manifestaciones mismas. Lo que vendría a explicar que lo que se necesita realmente son cauces válidos y eficaces de participación política y que lo que realmente hace daño es que los partidos tradicionales ya no sirvan para ello. Con las cosas así y curiosamente cuando predican que estamos saliendo de la crisis, a Fernández Díaz y Rajoy no se les ocurre otra cosa que la ley mordaza. Ley que traspasa la capacidad de sancionar de los jueces a la policía. Es decir, palidece el Estado democrático y brilla, cada día más, el Estado policial. Juzgará y sancionará la policía, es decir el brazo del Ejecutivo, y se privará de esta competencia en los casos previstos por la ley al Poder Judicial, al que solo podrás recurrir, una vez sancionado, pagando tasas disuasorias además de la multa. Multas gravemente desproporcionadas. Bastaría comparar el peso de estas multas sobre la economía y la vida de los sancionados con las que se aplican a grandes corporaciones, por ejemplo, por la comisión de delitos que arrasan con derechos y haberes de los ciudadanos. Piénsese en las eléctricas, la alteración de la competencia o las estafas bancarias a los usuarios. A estos siempre les sale a cuenta cometer el delito con la multa que pagan. Estamos pues ante una ley innecesaria, injusta, desproporcionada y destructiva de los usos y costumbres democráticos. De la patada en la puerta de unos, hemos pasado a la patada en la boca de otros. A unos y otros hay que correrlos a gorrazos.