A sus 67 años Josefina Iglesias sueña con pasear descalza por una playa, que el sol le tueste la piel, oler la brisa del mar y, sobre todo, no hacer nada. Lo sueña a diario en los últimos 23 años en los que no ha hecho más que bañar, vestir, cambiar pañales y cuidar, primero a cinco familiares discapacitados y ahora a uno. Lo ha aguantado todo, pero en este momento, con un hijo con daño cerebral que se ha vuelto muy agresivo con ella, quiere que la Administración se haga cargo de él. "Yo ya no puedo con el alma. Tengo necesidad de vivir. Lo meto en centros, pero en cuanto tiene un episodio de violencia me llaman para que vaya a buscarlo. La Xunta debería tener centros donde atender a este tipo de personas. Cuando yo muera, ¿quién va a cuidar de él?", se pregunta.

Josefina, que reside en Cambre, se manifestó hace unos años con una pancarta delante de las oficinas de la Xunta para denunciar que no le daban plaza a sus padres, octogenarios, en una residencia pública. Él tenía las dos piernas amputadas y ella era sorda y ciega. Poco después de trascender este hecho, aparecieron plazas para ellos. Uno de los nietos que cuidaba, con una grave discapacidad, también está ahora en un centro especializado en Ferrol, mientras que la nieta que cuidó hasta hace poco, también dependiente, ya vive con su madre.

En estos años cinco años esta vecina de Cambre ha visto aliviada su carga inhumana, en la que la cárcel es la propia familia y el sentido de responsabilidad que se contrae con ella. Pero ha llegado a su límite.

"Mi hijo Luis, que tiene un 95% de discapacidad, en los últimos años se ha vuelto agresivo. Aunque está en silla eléctrica, te hace daño, te atropella, te da una patada y te tira al suelo, un día me agarró del pelo y me arrancó un manojo. Tiene días normales y días tremendos. Lo tuve dos años en el centro de autonomía personal de Bergondo, que es muy bueno, pero ya al final estaba todo el día con gritos y patadas y me llamaron para que me lo llevara. En Ferrol me dieron plaza pero a los dos o tres días ya me dijeron que viniese a por él porque no se comportaba. Y así en todos los centros. La Xunta tiene varios totalmente desmantelados. Tiene que tener un centro para atender a estas personas. No lo quieren ni pagando 3.000 euros al mes, en los privados", relata.

"Hablé con el Concello (de Cambre) para que me viniesen solo a levantar y duchar a mi hijo, día sí día no, pero me pedían 300 euros al mes, eso es un exceso. Tengo una chica que me ayuda en las labores de casa, pero no se puede acercar a mi hijo, solo yo puedo atenderlo. A mi marido no puede ni verlo, se pone frenético. Y el médico dice que no se le puede dar más medicación", cuenta Josefina. Es frecuente que las personas con daño cerebral solo toleren a un familiar y con la gente extraña se vuelvan más agresivos, lo que hace inviable a un cuidador, que podría darle un respiro a esta mujer.

"Esta vida no se la deseo a nadie. Llevo 23 años sin tener vida, no puedo salir a ningún lado. Hasta ahora aguanté pero ahora necesito descansar".