La Opinión de A Coruña

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Lluís Pasqual nnficha personal | Director teatral, imparte hoy una conferencia sobre María Casares

“Al ver actuar a María Casares tuve la sensación de estar ante algo milagroso”

“Aunque hablaba en otro idioma, siempre interpretó en gallego, como su corazón”

El director teatral Lluís Pasqual. | // ANA ESCOBAR

Más de cincuenta años de actividad en el teatro deparan innumerables momentos de gloria. El director Lluís Pasqual, uno de los fundadores del Teatro Lliure de Barcelona, puede contar que es poseedor de no pocas distinciones —entre ellas el Premio Nacional de Teatro— y que en sus obras ha trabajado con grandes estrellas de la escena; también que más de una vez fue testigo de excepción del arte sobre el escenario de la actriz coruñesa María Casares. Lo rememorará hoy desde las 19.00 horas en el Museo de Belas Artes, en el ciclo de conferencias María Casares. Do exilio ao escenario, promovido por la Xunta, que ensalza la figura de la artista en el centenario de su nacimiento. Su intervención lleva por título Espectador privilexiado.

¿Recuerda bien la primera vez que vio actuar a María Casares?

En su regreso a España, en Barcelona, en el año 1978, con la obra El adefesio, de Alberti. Ya era un mito en Barcelona, en donde muchos íbamos a Perpignan para ver obras prohibidas en España.

¿Con qué sensación salió de aquella función?

Muy sorprendido. Nunca había visto esa intensidad, ese algo tan magnético y generoso que tienen las actrices encima de un escenario, como Núria Espert, Irene Papas o Valentina Cortese.

¿Fue lo que más le impactó, esa fuerza?

Es algo que no se puede explicar, porque cada actriz tiene una intensidad particular. Es como intentar explicar el mar a alguien que no lo ha visto nunca, como contar lo que es hacer el amor, que no se puede. Al verla actuar tuve la sensación de estar presenciando algo sagrado, milagroso, eléctrico.

Si tanto le cuesta explicarlo, ¿cómo va a contar hoy la grandeza efímera de una actriz de teatro de la que apenas hay documentos visuales en los que comprobarla?

Intentaré transmitirlo, más que contarlo. Nos queda un vídeo de una interpretación suya en Yerma en Buenos Aires, en la que se nota su acentazo gallego extraordinario. Ella interpretó con palabras en otros idiomas, pero siempre en gallego, como su corazón, que se había forjado en Galicia, en la tierra. De esa mochila de la que no podía desprenderse surgía su talento. Tenía un don que producía magia.

Anne Plantagenet, autora de su biografía, La única [también ofrece conferencia esta tarde], cree que hoy no se puede actuar como María Casares, que sorprendería su estilo. ¿Está de acuerdo?

Sin duda. Es una manera atemporal de actuar. Si hoy estuviera en un escenario, lo haría de otra manera pero con el mismo corazón. Porque el actor es el reflejo de la sociedad en la que vive. Ella entraba tanto en las palabras que se alejaba de cualquier naturalismo. Era de un tipo de raza de actores y actrices a la que pertenece, por ejemplo, Jack Nicholson. Nadie en el cine habla, camina o como come él. Se puede rechazar a esos actores, pero eso no impide ver su absoluta grandeza.

Ha trabajado con grandes como Espert y Sardá. ¿Son de la misma raza que Casares?

Cada una es distinta. Son gente que sale al escenario a ponerse en riesgo. Para eso hay que ser muy generoso porque estás a punto del ridículo a base de dar y dar energía. Las tres pasaban al otro lado del espejo, a otra realidad. Eran imanes.

¿Qué atraía más de María?

Los ojos y la voz, que muchas veces en un actor son la misma cosa, los pilares de una interpretación. Los ojos de María Casares eran dos focos que no tenían fondo y la voz era de meiga, una voz embrujada que te envolvía.

Nunca trabajó con ella. ¿Se imaginó alguna vez haciéndolo?

Seguramente hubiera hecho alguna maldad, como he hecho a veces con algún intérprete: pedirle repetir en un ensayo, y al hacerlo, disfrutar de ello para mi íntimo placer. María Casares era incansable y repetiría. Las actrices agarradas a la tierra y que tocan el cielo necesitan asegurarse y les gusta más ensayar sin temor a desafinar que representar.

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