Entrevista | Eduard Fernández Actor. Presenta ‘Todas las canciones de amor’ en el teatro Rosalía de Castro

Eduard Fernández: “Estoy paseando mi intimidad por España y creo que es algo bonito, sano y provechoso”

“Mi madre murió y no pude ir por la pandemia. Me quedó un vacío, una sensación rara, y quería hacer este homenaje para llenar ese vacío y creo que me está resultando bien”

Eduard Fernández, durante la obra.   | // L. O.

Eduard Fernández, durante la obra. | // L. O. / Ana Carro

Eduard Fernández (Barcelona, 1964) perdió a su madre durante la pandemia. Ahora se pasea por los teatros de España con un monólogo de Santiago Loza que funciona como homenaje a “todas las madres”. Todos las canciones de amor llega este viernes y sábado (20.30 horas) al teatro Rosalía de Castro.

¿Cómo y cuándo llegó este texto a usted y de qué manera se sintió identificado?

Yo tenía, no sé por qué, ganas de hacer un monólogo en el teatro. Ahora hago menos teatro porque he estado haciendo películas y series, pero me parece que es el lugar donde encontrar el centro de un actor o la esencia de la profesión. Estaba en Buenos Aires, fui a ver monólogos con esa idea y vi uno que me encantó y era de un tal Santiago Loza. Fui a ver otro y también encantó, así que me compré su libro. Al cabo de poco tiempo, murió mi madre, y el primer monólogo del libro se llamaba Todas las canciones de amor, sobre una madre que hablaba mucho de su hijo. Esa relación madre-hijo se semejaba mucho a la que yo tenía con mi madre. Una relación muy estrecha, con todo lo bueno y lo malo que tiene esa sensación de “no puedo vivir sin ti”. Llamé a Andrés Lima para ver si me quería dirigir, me dijo que sí, y luego llamamos al autor, vino a Madrid y añadió cosas personales mías al texto. Llamé al personaje del niño Eduardo.

¿Diría que es un homenaje, una despedida?

Sí, es un homenaje, una despedida y una celebración de una vida, de un paso a la muerte, a la luz. Es como un poema encima del escenario. Es un homenaje a esa madre y a todas las madres de esa generación, y quizá de esta también, que han dado su vida o han regalado su vida a su familia para que ellos puedan encontrarse a sí mismos renunciando ellas a muchas de sus cualidades. Quedaron en un segundo plano. Ese papel tan poco valorado hace años ahora se empieza a valorar.

La sociedad lo daba por sentado.

Sí. Absolutamente. Y ellas dejaron todo al margen. Las cualidades que tenían como madres y cuidadoras del hogar eran muy potentes. Estaban todo el día currando y a todo el mundo le parecía normal.

¿Es duro cuando se baja del escenario tras explorar tantos sentimientos?

No. Es bonito y trabajoso. Al principio, un periodista me decía “con lo bien que te va la vida, qué necesidad tenías de hacer esto”. Pues es verdad, qué necesidad. Me dio mucho miedo estrenar esto delante de tanta gente con una peluca y un camisón hablando de mis cositas. Yo creo que hace poesía de lo cotidiano y, a través de lo cotidiano, le da un sentido mucho más elevado a la vida, al paso por la vida de una mujer, de ese amor tan desmesurado que tenía hacia su hijo y que es tan reconocible. Mucha gente, al acabar el espectáculo, me dice “tú de qué conocías a mi madre, era exactamente así”. Por eso me gusta mucho pasear la obra por España. Mi madre y mi padre viajaban mucho. Cuando llego a una ciudad, ya me meto en el personaje y me monto mis fantasías. Digo “mira mamá, hoy toca A Coruña”. Y ella me contesta: “qué me dices, tienes que ir a tal sitio y no te pierdas tal cosa”. Tenía curiosidad por ver cómo se recibe la obra en cada lugar y, esta vez, se recibe igual en todas partes. Todo el mundo lo siente como propio. La comunión que siento con el público con esta obra no la había sentido nunca encima del escenario.

Es como si hubiese abierto un nuevo camino para estar más cerca de los que ya no están.

Sí. Mi madre murió y yo no pude ir, porque fue en plena pandemia. Me quedó un vacío extraño, una sensación rara, y quería hacer este homenaje para llenar ese vacío y creo que me está resultando bien. Es muy trabajoso. Es muy agotador física y emocionalmente.

¿Este monólogo ha sido un reto muy difícil?

Más difícil todavía. Cuando estaba a punto de estrenar, pensaba en qué necesidad tenía de volver al teatro, de hacer un monólogo, de hacer de vieja y, además, mujer. Qué difícil me lo he puesto. Podía salir muy bien o muy mal, no hay intermedios, y creo que ha salido muy bien. Estoy paseando mi intimidad por España y creo que es algo bonito. Es sano y provechoso para todos.

¿Qué ha aprendido de interpretar a una mujer?

Pues no lo sé. Hay muchos pasajes en los que la forma de sentir es muy femenina, que es distinta a la masculina. Esa inteligencia emocional superior, ese saber leer la vida con un poco más de amplitud. Es otro lugar desde el que afrontar la vida de forma más plena.

Y nunca pierde el sentido del humor.

Claro. Es como la vida. En los entierros, no sé por qué, siempre hay alguien que cuenta un chiste y hay un momento en el que a alguien le hace gracia algo y dice “hoy toca llorar” y eso da más risa aun. Así es la vida, y creo que el espectáculo no es nada sensiblero. Yo con mi madre hablaba muy francamente de todo. Ella se quería morir y lo hablábamos. Se acostaba cada noche pensando “a ver si no me despierto”, pero con cierta emoción positiva porque era lo que ella quería. Y tenía toda la razón. El alzhéimer que tenía era muy degradante y muy feo. Cuando murió, también fue un momento de celebración porque le tocaba y se lo merecía.

Pero como hijo es duro asumirlo.

En este caso, me pareció bien, lo cual no evita soltar unas lágrimas y pensar en toda tu vida y que no tendrás más a tu madre. No podré llamarla para saber cómo hacer unas patatas o un pulpo. Ahora, en escena, la echo de menos. Es nostálgico y bonito.

Y con ese título, ¿qué canciones de amor le han marcado?

Eso no lo voy a decir. Hay que ver el espectáculo. Solemos decir una, Il mondo de Jimmy Fontana. Son cinco canciones de amor. Las elegimos pensando en nuestras madres. Además, son canciones que a mí, en el escenario, me tocan de alguna manera, me emocionan.

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