La ciudad que viví
Los juegos en las ruinas de la fábrica de zapatos de Ángel Senra
Los chavales de la calle San Vicente jugábamos en lugares de los alrededores, como los campos donde dejaban a secar los postes de teléfonos que usábamos como balancines
Pedro Cardalda Salgado
Me crié en la calle San Vicente, donde viví hasta los trece años, edad a la que murió mi madre, Mercedes, y mi padre, Pedro, quedó a mi cuidado, ya que fui hijo único tras haber sido adoptado por ellos al poco de nacer en la Casa Cuna de San Cristóbal. Tuve una infancia sencilla y bonita en la que disfrute de esos años con todos mis amigos, además de con mis abuelos paternos, Paco y Bernarda, y mi tía paterna Elena, que trabajaba en el muelle en la rindanga —la reventa de pescado— y a la que se conocía por la del dedo, quienes se portaron muy bien conmigo.
Mi primer colegio fue el de las Hijas de Cristo Rey, que estaba en la zona de los ranchitos de Juan Flórez, al lado del cine Doré y el garaje de Autos Cal Pita. De ahí pasé a los Maristas, donde estuve hasta los siete años, edad a la que me echaron porque estudiaba muy poco, por lo que me mandaron a la academia Horizonte, en San Cristóbal. Cuando cerró, me enviaron al Liceo la Paz, más tarde al colegio Karbo y finalmente a la Escuela del Trabajo, donde estudié Delineación.
Al terminar empecé a trabajar en la fundición Wonenburger hasta que cerró, momento en que pasé a la empresa de puertas blindadas Max Seguridad, en la que fui comercial. Finalmente trabajé como autónomo en el sector del transporte hasta que me jubilé.
Mis amigos de la calle San Vicente fueron Josechu, Barro, Luis, los hermanos Romay, Luis Veira, Pacucho, los Valerio y los Cacharrones, mientras que en O Castrillón tenía amigos como Johnny, Se, Amor, Fran, María Elena, Chema y Manolito el cubano. Con quien mejor lo pasé fue con los Romay, quienes vivían en la misma casa de mis padres y fueron para mí casi unos hermanos y disfruté con ellos de los juegos y trastadas que hacíamos por los campos de San Cristóbal y las bodegas Moreta.
Recuerdo que hacíamos balancines con los postes de Telefónica que dejaban a secar en ese lugar, donde los mayores jugaban también al fútbol y cuando descansaban nos dejaban aquellos balones de cuero que hacían mucho daño cuando te daban con ellos.
También jugábamos en las ruinas y los terrenos de la fábrica de zapatos de Ángel Senra y hacíamos carreras con carritos de madera por las cuestas del barrio que ya estaban asfaltadas. Los domingos íbamos a las sesiones infantiles de cines como el España, Doré, Monelos y Gaiteira para ver películas de aventuras y revivirlas luego en nuestros juegos.
También disfrutábamos de todas las fiestas de los barrios, que esperábamos todos los años como un gran acontecimiento, como las de la calle San Luis, Os Mallos, el Gurugú y Monelos, que gustaban tanto a los adultos como a los jóvenes y niños. En la adolescencia empezamos a bajar al centro y a ir a los bailes y fiestas de lugares más alejados, como Palavea, Eirís, San Pedro de Nós y As Xubias, que tenían mucha fama.
Empecé a jugar al fútbol en el club que fundamos un grupo de amigos, el Castrillón, y también estuve en el Sporting Ciudad. Desde que me jubilé formo parte del grupo Musicoterapia, radicado en Palavea, y que está dirigido por Luis Tisoy, quien fue batería de Los Satélites, y con el que visitamos residencias de mayores para animarles con nuestra música.
Testimonio recogido por Luis Longueira
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