Un dispensario en Langosteira en memoria de Pousa

Cuatro años después de la muerte de su hijo en Langosteira, Matilde Rabina sigue pidiendo un centro médico en el puerto exterior | Su nieto también tuvo un accidente en la dársena

Matilde Rabina, con el puerto exterior al fondo.   | // ARCAY/ROLLER AGENCIA

Matilde Rabina, con el puerto exterior al fondo. | // ARCAY/ROLLER AGENCIA / marta otero mayán

Van a cumplirse cuatro años, pero Matilde Rabina no falla a la cita. Los días 13 de cada mes, sin excusa ni excepción, la hallarán en Langosteira. “Donde encuentro a mi hijo es aquí. Aquí fue donde mi hijo se quedó. Aquí siento que está”. Matilde Rabina se acuerda de su hijo todos y cada uno de los días, pero el 13 de febrero lo hará con una intensidad mayor si cabe, pues habrán pasado cuatro inviernos desde el día en el que Miguel Ángel Pousa Rabina, Pousa o Pou para los amigos —que no eran pocos— marchó a trabajar a la dársena exterior y nunca regresó a casa. El operario, de 38 años, sufría un infarto en su lugar de trabajo y la ambulancia tardaba media hora en llegar; toda una eternidad en un caso en el que la premura es necesidad. Allí sigue encontrando Matilde a su hijo. “Le llevo flores al cementerio, pero él era muy libre, no me hago a que esté encerrado ahí. Les pregunté a sus compañeros si querían que dejase de traer las flores, pero quieren que siga viniendo”, cuenta.

Hace cuatro años que nada es igual en casa de Matilde Rabina, pero ella no ha dejado de luchar y de tocar las puertas de todas las administraciones para pedir un dispensario en punta Langosteira. Sabe que el mejor legado que puede dejar su hijo no es otro que la seguridad de sus compañeros. “Les prometí que iba a donar un desfibrilador. Hay uno, pero está en la caseta de la entrada. Lo que tienen allí es un botiquín con lo básico, pero yo creo que no es suficiente. Ahora cada vez hay más empresas en el puerto, y cada vez habrá más: hay aceite, hay silos, hay maquinaria pesada, barcos enormes. Les he prometido que iba a luchar, y ellos saben que yo no me olvido”, dice Matilde.

Miguel Ángel Pousa Rabina, en una imagen cedida por su madre.   | // LOC

Miguel Ángel Pousa Rabina, en una imagen cedida por su madre. | // LOC / marta otero mayán

Todos los días 13, su presencia en el puerto exterior es un recordatorio constante de la promesa, y también del irrepetible paso por el mundo de Pousa, que en vida, como delegado sindical, ya bregaba por lo mismo. La suya fue una de las primeras empresas en asentarse en la dársena exterior, antes del doble dique, con el muelle a mar abierto.

“Él, junto con otro compañero, pedía el dispensario desde hacía años. En su día, lo hubo en el muelle de San Diego, pero ya no lo hay. Ahora cada vez hay más maquinaria. Cuando se hace algo tan grande, lo primero en lo que se debería pensar es en la gente que va a trabajar ahí. Da la sensación de que cuando pides algo tan importante para la salud de los trabajadores, se va dejando hasta que pasa otro accidente”, lamenta Matilde.

Discrepancias en la seguridad

Desde la Autoridad Portuaria de A Coruña alegan que las empresas operadoras del Puerto tienen su propio sistema de prevención de riesgos laborales, así como un plan de seguridad y salud laboral para sus trabajadores, “tal y como funciona en todos los puertos de España”. Aseguran que existe un convenio con los bomberos para la asistencia en las dársenas interior y exterior y que tienen a su disposición “los medios de Arteixo y de A Coruña”, ya que Langosteira, estiman, “está bien conectado por autovía” y “no es un lugar aislado”.

La visión de los trabajadores, no obstante, difiere sensiblemente. “Pedimos un desfibrilador para tener dentro, en Langosteira y nos hicieron caso omiso. Nos preguntaron si acaso en nuestras casas teníamos desfibrilador. Yo creo que no es lo mismo”, cuenta un trabajador del Puerto. El único desfibrilador a disposición de los trabajadores está en el puesto de control del puerto, alejado de la zona de actividad de descarga y de estiba. Confirman que cada empresa tiene sus trajes de protección y sus protocolos de seguridad, pero echan de menos un control a nivel colectivo.

“Lo que hay está lejos. Cuando pasó lo de Miguel, hubo mucha dilación en este tema, la ambulancia tardó lo suyo. La seguridad viene por parte de las empresas, pero cuando hay estiba de buques, no se acota nada. No hay nadie que controle si alguien pasa por debajo de la grúa. La falta de limpieza también es abismal, hay plagas”, ejemplifica este trabajador, que, como Matilde ahora y Pousa en su día, insiste en la necesidad de un dispensario como el que ya hubo en el pasado, pagado por las casas estibadoras. “Hay muchos riesgos. Queremos estar tranquilos trabajando, sabiendo que, si pasa algo, se nos va a atender a la mayor brevedad posible”, demanda.

El destino tenía reservado a la familia de Miguel otro revés, aunque esta vez, con un mejor desenlace: su sobrino y nieto de Matilde, trabajador portuario como su tío, apodado Pousa como su tío, y querido como él, resultaba herido hace pocos meses en el muelle del Centenario tras caerle una plancha de acero sobre una pierna. “Salvó a la vida gracias a un compañero, que le avisó para que se apartara. Le tronzó la pierna por tres sitios”, recuerda su abuela. El joven aún cuenta los meses para volver al puerto, donde los que fueran compañeros de su tío le recibieron, en su primer día, con un casco con un rótulo inequívoco: Pousa.

Recuerdo en Riazor y en el fútbol veterano

No es Matilde, ni mucho menos, la única que tiene a Pousa presente día tras día. Lo hacen sus compañeros de trabajo y lo hacen sus amigos de toda la vida, aquellos con los que se crió en las piscinas del Club del Mar y también los muchos que fue haciendo a lo largo de los años.

Desde aquel 13 de febrero, se han multiplicado en la ciudad los rincones que evidencian el hueco imposible de cubrir que Pousa dejó entre los suyos. Cuando Miguel murió se paró el fútbol, y no solo por el paréntesis que marcó en la Liga la llegada de la pandemia casi justo a continuación, sino porque, Pou no era un aficionado cualquiera en Riazor. Así, la peña deportivista Barritos Monte Alto, en cuyas filas militaba, pasó a llamarse, por acuerdo de sus miembros, “Peña Pou Monte Alto”. Sus amigos portan el estandarte que ahora lleva su rostro allá a donde viajan siguiendo al equipo, para que Pou siga sin perderse ningún encuentro del club de sus amores.

También el equipo de fútbol veterano donde Miguel hacía sus pinitos sobre el verde cambió su nombre de El Candil a Sporting MAP, por las iniciales del homenajeado. Matilde siempre se refiere a ellos como “sus niños”. Al fin y al cabo, en ellos y en sus peripecias también encuentra a su hijo. “Es lo que me dejó él. A mí me gusta hablar de mi hijo. Le tengo presente y es como si estuviera por ahí. Nadie se olvida de él”, asegura su madre.