Los retos de las obras para los invidentes de A Coruña: reaprender las rutas, riesgos y perros guía desorientados

Trabajos como los de San Andrés fuerzan a los vecinos invidentes a memorizar nuevas rutas, a estar atentos para evitar peligros y a convivir con ruidos que los desorientan

Corina, instructora de braille de la ONCE, con su perro guía por San Andrés.   | // CARLOS PARDELLAS

Corina, instructora de braille de la ONCE, con su perro guía por San Andrés. | // CARLOS PARDELLAS / Enrique Carballo

Para la mayoría de los vecinos que caminan por San Andrés para ir al trabajo, al supermercado o a dar un paseo, las obras no suponen más que incorporar un pequeño desvío a la ruta habitual. Pero para las personas invidentes, es como preparar un examen. Un ciego se desplaza utilizando itinerarios que tiene memorizados, tomando como referencia puntos como esquinas o zonas con bandas rugosas que puede identificar, y transita de uno a otro. Las obras fuerzan a reaprender las rutas, provocan riesgos de caídas y golpes si están mal señalizadas y desorientan a los perros guía.

Ángeles Fernández de Usera es una de las técnicas de rehabilitación de la ONCE que ayudan a los invidentes afiliados a la asociación a aprender nuevas rutas, y colaboran con el personal municipal en cuestiones de accesibilidad. En la obra de San Andrés, explica tras haberla analizado, “no se ve riesgo” para los invidentes, ya que está “perfectamente vallada”, pero “no siempre es el caso”, sobre todo en las obras de particulares. Un posible peligro son las caídas en zanjas, pero hay otro más difícil de detectar: los obstáculos que pueden golpear a alguien pero que no se perciben en el suelo, como unas escaleras inclinadas o una carretilla elevadora que se proyecte a la altura de las rodillas o la cintura. “El bastón pasa por debajo”, explica Fernández “y una persona que no ve se lo lleva por delante”. “Lo peor son los despistes: los operarios abren una valla para que entre un camión, se les olvida porque van a comer o a tomar un café”, y ponen en riesgo a los viandantes ciegos.

Corina, instructora de braille de la ONCE, con su perro guía por San Andrés.   | // CARLOS PARDELLAS

Isidro, invidente total usuario de bastón. | // CARLOS PARDELLAS / Enrique Carballo

Otro de los problemas de las obras lo explica Isidro, invidente total y de nacimiento y residente en Monte Alto. Él se maneja con el bastón y las referencias auditivas, y cuando pasa por una vía en la que hay una máquina trabajando la sensación es de “desorientación total”, pues a los ciegos les ayuda estar atentos al ruido. Algunos invidentes lo explican con un ejemplo práctico, el de cerrar los ojos y levantar las manos a la altura de las orejas: el sonido se percibe de forma distinta, en tanto que las ondas sonoras se detienen o rebotan en el obstáculo. Aunque el dicho de que las personas con discapacidad visual oyen mejor es un mito, sí que es cierto que potencian el uso de otros sentidos, y el oído les sirve para identificar el paso de coches y la presencia de paredes que les sirven de referencia para orientarse. Aunque vaya contra la intuición, a los invidentes le resulta “mucho más fácil” orientarse cuando hay tráfico, como indica Fernández, que explica que a los afiliados les cuesta ahora “trabajo” moverse por San Andrés o los Cantones.

Las reformas de calles también descolocan a los perros guía. Lo explica Corina, instructora de braille en la ONCE. “Ir con el perro es más rápido, el perro ve, pero no le decimos que nos lleve a la plaza de Pontevedra, le vamos dando instrucciones, adelante, a la derecha”, y el animal se detiene cuando percibe que hay obstáculos o peligro. Así, las personas con discapacidad visual que transitan con perro guía tienen que aprender los itinerarios, al igual que los que usan bastón. Pero además, las obras desorientan a los animales. Pueden asustarse al ver una máquina de obra que desconozcan, y negarse a avanzar aunque esta no sea un peligro evidente.

En otros casos, sobre todo con animales que están en proceso de entrenamiento, no perciben los obstáculos que están por encima de su altura como peligrosos, y, si ellos pasan, siguen para adelante. Así, pueden guiar al usuario hacia una escalera o una valla contra la que este se golpee. Y, explica Corina, cuando las obras no están bien valladas los animales pueden introducirse en ellas. “El suelo es piedra o arena, pero también en un parque”, señala la instructora. El animal se parará si ve una zanja abrupta, pero puede llevar a la persona a desniveles u otras situaciones complicadas.

Cuando por alguno de estos motivos uno se desorienta y se pierde, explica Isidro, no queda más remedio que pedir ayuda a un vidente para volver a un punto conocido desde el que retomar una ruta. El vecino de Monte Alto explica que en muchas ocasiones los propios viandantes se ofrecen a ayudar cuando ven a un ciego que parece perdido, pero añade que no se siente seguro en todas las zonas de la ciudad: no se atreve, por ejemplo, a ir por el paseo marítimo porque ve riesgos en la zona de Riazor.

“La ciudad está fenomenal”

Pero aunque la situación no es perfecta, Fernández explica que desde el punto de vista de los técnicos de la ONCE “la ciudad está fenomenal a nivel de accesibilidad”. En los cruces de calles “hay vados peatonales que tiene diferente textura”, con una banda en el suelo “de advertencia” y otra “de acanaladura que va de la pared al centro” del paso y que indica a los invidentes que pueden cruzar. Hay semáforos sonoros, cuyo número “se va aumentando todos los años”, y, aunque “hay barrios un poco más atrasados”, si se compara la situación de la accesibilidad coruñesa con la de otras ciudades “tenemos un nivel bastante bueno”.

En cuanto a urbanismo, para los ciegos son problemáticos los grandes espacios abiertos, pues “muchas veces no hay referencias” para que se orienten. Pero en las zonas de plataforma única de la ciudad “como en la Marina, o la que van a hacer en San Andrés”, los espacios “están delimitados, y hay una zona de itinerario peatonal y una zona de coches que están marcadas con diferentes texturas”, lo que permite a los invidentes orientarse y evitar peligros.

En cuanto al transporte público, la trabajadora de la ONCE relata que hay bandas en el suelo que cruzan desde las paredes a las paradas de bus coruñesas, y la zona segura del andén también está marcada con un relieve. “Todos los autobuses hablan”, pues van dando señales de las paradas y “cuando abres la puerta te dicen qué autobús es”, además de que la aplicación móvil de la Compañía de Tranvías es “bastante accesible”. Medidas como esta, y el propio esfuerzo de los invidentes para aprender a “desarrollar al 100% el resto de los sentidos” con la guía de los orientadores de la ONCE, ayudan el objetivo de promover la “autonomía” de las personas que no ven.

“Carrera de obstáculos” desde la ONCE a la parada de bus

Entre la delegación de la ONCE en el Cantón Grande y la parada de bus provisional que se ha instalado en la misma acera hay apenas unos metros, pero es una “carrera de obstáculos” para los invidentes, según explica la técnica de rehabilitación Ángeles Fernández de Usera. Cuando la parada estaba en Mango “nuestros afiliados venían solos perfectamente”, pero desde la nueva ubicación hasta la entrada, pese a que hay una banda que los ciegos pueden seguir con el bastón para bajar del bordillo, queda un espacio “tan grande sin referencias en el suelo que no se llega”. “No hay ningún afiliado que pueda hacer solo” el trayecto hasta la parada, explica Fernández, que añade que las exposiciones que se colocan en la acera “son obstáculos a mayores”. Tener la sede en pleno centro “es una ventaja, pero también una desventaja, porque todas las actividades nos las ponen delante”, resume la trabajadora de la ONCE, que indica sin embargo que pese a que “hay algunas exposiciones mejor señalizadas, otras peor”, estas “siempre dejan un itinerario peatonal” que permiten llegar hasta la delegación.

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